«Octavio: Un Viaje al Pasado»

12–18 minutos

Octavio despertó con el sonido insistente del despertador, que, como cada mañana, intentaba sin éxito competir con el bullicio de la calle. Se estiró en su estrecha cama y se levantó con el peso de otro día rutinario presionando sobre sus hombros. Trabajaba en una pequeña oficina respondiendo llamadas de clientes descontentos con su servicio de internet, un empleo que probaba su paciencia día tras día.

Después de una rápida ducha, se untó generosamente gel en el cabello, logrando ese look pulido que tanto le gustaba. En la cocina, se preparó unos tacos de frijol, el desayuno de campeones, según él. Al salir de su cuarto, saludó a sus compañeros de piso, quienes ya estaban inmersos en sus peculiares trabajos. Las habitaciones estaban llenas de cables y extrañas máquinas que zumbaban y parpadeaban sin cesar. Octavio nunca había entendido realmente qué hacían, pero después de un año viviendo allí, había aprendido a ignorar el constante tintineo de la tecnología.

Justo cuando estaba a punto de salir, la puerta de uno de los cuartos se abrió bruscamente y una voz agitada lo llamó.

—¡Octavio, espera! —gritó uno de sus roomies, un chico pálido con gafas gruesas y una bata de laboratorio manchada. —Necesito que me ayudes con un ajuste aquí, es rápido.

Con un suspiro, Octavio se asomó al cuarto, no era la primera vez que le pedían algo así, “pon tu dedo aquí” “solo levanta un poco” “gira el tornillo mientras miro la pantalla”, por lo general es algo rápido, así que accedió. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz intermitente de un aparato que parecía sacado de una película de ciencia ficción.

—Solo asegúrate de no tocar ese botón rojo —advirtió su compañero, señalando un botón grande y tentadoramente rojo en el centro de la máquina.

Octavio, travieso, comenzó a jugar a que si lo apretaba acercando y alejando la mano pero en uno de esos acercamientos calculó mal y su mano, como movida por voluntad propia, presionó el botón. Un rayo de luz láser brotó de la máquina, golpeando directamente en su cabeza. En un instante, la habitación se desvaneció.

Cuando Octavio abrió los ojos, se encontraba sentado en un pequeño pupitre de madera, rodeado de niños que murmuraban y reían. Llevaba un uniforme escolar que no había visto en años, y frente a él, su maestra de cuarto año, la señora Gómez tan severa y formidable como la recordaba, su pelo recogido en un moño estricto que no toleraba ni un mechón fuera de lugar.

—Buenos días, niños —dijo con voz firme.

—Buenos días, señora Gómez —respondieron en coro los estudiantes, incluido Octavio, cuya voz aguda le sorprendió tanto que casi se ahoga en su propio saludo.

Intentando entender la situación, Octavio se tocó el rostro, sintiendo la suavidad de una piel sin la sombra de barba alguna. «Esto debe ser un sueño», pensó, aunque la sensación del pupitre bajo sus dedos y el peso de la mochila a sus pies argumentaban lo contrario. Decidió no hacer nada y esperar a despertar así que escuchó la clase  y procedió a reprobar la suma de quebrados otra vez. 

Durante el recreo, intentó mezclarse con los otros niños, pero sus intentos de conversación sonaban extraños y fuera de lugar. Era sarcástico y hablaba de impuestos y el precio de la renta, temas que hacían que sus compañeros lo vieran en silencio. Uno de ellos con la boca abierta como si hubiera olvidado cómo masticar. 

Después que dijo “hey, al menos somos el futuro del país” Uno de ellos lo apartó para hablar con él. 

—¿Estás bien, Octavio? Pareces raro hoy —le dijo José, su mejor amigo de la infancia, mientras compartían una bolsa de galletas en el patio.

—Estoy… eh, tengo un poco de fiebre, creo —mintió Octavio, evitando mirar directamente a José. Sabía lo que el futuro deparaba para la familia de su amigo y se sentía abrumado por la carga de ese conocimiento.

Su día continuó entre clases de matemáticas y lectura, o como Octavio la llamó:  reprobar y tartamudear. Al final de la jornada escolar, mientras esperaba a ser recogido por su madre, una idea empezó a formarse en su mente. Si realmente estaba atrapado en el pasado, necesitaba averiguar cómo y por qué había sucedido. Pero primero, tendría que actuar como el niño que todos esperaban que fuera, al menos por fuera.

Después de dos días la idea de estar atrapado en su propia infancia se estaba volviendo cada vez más real para Octavio, y con ella, la necesidad de decirle a alguien. Decidió comenzar por sus padres, esa tarde, después de la cena, los llevó al salón, donde el televisor aún mostraba dibujos animados.

—Mamá, papá, tengo que decirles algo importante —comenzó Octavio, notando cómo sus manos de niño jugaban nerviosas con el borde de su camiseta.

Sus padres intercambiaron una mirada preocupada antes de asentir.

—¿Qué sucede, hijo? —preguntó su madre, acercándose para colocar una mano reconfortante sobre su hombro.

—Yo… yo no soy el niño que creen. Bueno, sí lo soy, pero también soy yo, el Octavio adulto. Vengo del futuro —explicó, sus palabras apresuradas y llenas de una urgencia palpable.

La expresión de sus padres se transformó de preocupación a confusión.

—Octavio, ¿estás jugando algún tipo de juego? —preguntó su padre, intentando encontrar lógica en las palabras de su hijo.

—¡No, es verdad! He viajado en el tiempo. Pero entiendo que es difícil de creer. — respondió

— Bueno, entonces, pruébalo — dijo astutamente su padre

— Es que nunca fui bueno en aprender fechas, solo se que dejaran de pasar esa caricatura y pondrán otra y que tu equipo no ganará el campeonato este año. — respondió Octavio con preocupación

— Hijo, eso todo mundo lo sabe — dijo su mamá mientra su padre suspiraba resignado

— Pero es cierto, vengo del futuro, hay autos que se manejan solos, drones que entregan mercancía y calentamiento global. — respondió octavio desesperado 

— ¡Te dije que no lo dejarás ver esas películas de ciencia ficción! al rato va a decir que los aliens ya vienen — le dijo su mamá a su papá

— Pero es cierto, el pentagono aceptará la existencia de los objetos no identificados en… no recuerdo el año pero fue durante la pandemia…ah y habrá una pandemia. — Intervino Octavio

— ¡No creo que las películas provoquen esto! Esas son más las conversaciones que tiene con tu hermano — Respondió su papá sin escuchar la intervención de Octavio.

La conversación no avanzaba como Octavio esperaba. Sus padres concluyeron que algo andaba mal y decidieron que una visita al psicólogo sería lo más adecuado.

Al día siguiente, Octavio se encontraba sentado en un cómodo sillón frente a la doctora León, una psicóloga infantil con un semblante amable que escuchaba atentamente mientras él repetía su historia.

—Entiendo que esto te parezca muy real, Octavio —dijo la doctora León, su voz suave y calmada—. A veces, nuestra mente crea realidades alternativas como una forma de escapar de situaciones que nos causan estrés. ¿Hay algo que te esté molestando en casa o en la escuela?

Octavio suspiró, frustrado por no poder hacerse entender. Sabía que no sería fácil, pero la incredulidad de los adultos era aún más desafiante de lo que había anticipado.

—No es un escape, doctora. Yo realmente necesito ayuda para volver a mi tiempo.

La doctora asintió, escribiendo notas en su libreta. —Vamos a trabajar juntos en esto, Octavio. Por ahora, ¿por qué no tratamos de adaptarnos a tu vida aquí? A veces, vivir en el  presente, calmarnos y reinterpretar lo que nos ocurre puede ayudarnos a resolver los misterios de nuestra mente.

Octavio salió de la consulta sintiéndose aún más aislado, pero con la determinación renovada de encontrar una solución por su cuenta. Sabía que, en algún lugar y de alguna manera, había una respuesta a su inexplicable viaje en el tiempo, y estaba decidido a encontrarla.

Aunque la visita a la psicóloga no había sido inutil, Octavio no estaba dispuesto a rendirse. Decidió que si no podía convencer a los adultos de su realidad, tal vez podría encontrar consuelo y quizás ayuda en su amigo José. 

Ese sábado, mientras jugaban en el parque, Octavio decidió abrirse a José. Escogió sus palabras con cuidado, tratando de no sonar tan desesperado como se sentía.

—José, necesito contarte algo raro, y… espero que puedas creerme —empezó Octavio, mirando a su amigo con seriedad.

José, con la inocencia característica de un niño de su edad, asintió, mostrando su disposición a escuchar.

—Creo que… he viajado en el tiempo. Estoy atrapado en mi cuerpo de niño, pero mi mente es la de un adulto —confesó Octavio.

José frunció el ceño, procesando la información. Después de un momento, su expresión cambió a una de curiosidad mezclada con una pizca de aceptación.

—¿Como en las películas? ¿Eso es posible? —preguntó.

—No sé cómo, pero sí, algo así. Y necesito encontrar la manera de volver.

José pensó por un momento, luego, con la lógica directa de la infancia, dijo:

—Si en verdad eres del futuro, ¿puedes decirme que equipo gana la copa?

Octavio sonrió, apreciando la sencillez de las preocupaciones de José.

—No recuerdo mucho de eso, pero sí sé cosas que van a pasar que son más importantes. Como, por ejemplo… —Octavio se detuvo, dudando si debía revelar el futuro de la familia de José.

Decidió no hacerlo, consciente de que algunas cosas podrían ser demasiado para un niño de su edad.

—Lo importante ahora es que me ayudes a pensar en cómo regresar.

José asintió con determinación.

— ¡Vamos a descubrir cómo regresaste y cómo enviarte de vuelta!

Fortalecido por el apoyo de José, Octavio se sintió un poco menos solo. Juntos, comenzaron a idear planes y teorías, ninguna particularmente científica, pero todas llenas de la esperanza y creatividad que solo los niños podrían tener. Esa tarde la pasaron entre libros de ciencia ficción y películas de aventuras, buscando algún indicio o idea que pudiera funcionar.

Al día siguiente, Octavio también enfrentaba encuentros emocionales con su familia, tratando de actuar normal mientras internamente estaba molesto y frustrado.. Estas interacciones le enseñaban la importancia del presente, respirar y calmarse. Tal vez lo que dijo la psicóloga podía servirle más de lo que pensaba, pero algo pasó esa tarde, Octavio y José llevaron a cabo su primer intento de regreso, recitaron hechizos de libros de ciencia ficción,  Octavio sintió una extraña sensación, como si el aire a su alrededor vibrara sutilmente. De repente, se vio brevemente de vuelta en su cuarto actual, con sus roomies mirando preocupados una de sus máquinas. Tan rápido como ocurrió, la visión se desvaneció, y él estaba de nuevo en el pasado, cayendo al suelo.

—¿Estás bien? —preguntó José, ayudándolo a levantarse.

—Casi regreso, José. Vi mi cuarto, las máquinas… algo está funcionando, o al menos reaccionando.

José se llenó de emoción.

—¡Eso significa que no es imposible! Solo tenemos que averiguar qué fue lo que causó esa reacción.

Motivados por este pequeño avance, los dos amigos redoblaron sus esfuerzos y 

Octavio comenzó a experimentar más «saltos» temporales. Eran breves y desorientadores, haciéndolo aparecer solo por uno o dos segundos en su vida adulta, siempre volviendo antes de que pudiera hacer algo significativo.

Estos saltos eran físicamente agotadores y mentalmente perturbadores. Así que decidieron descansar y esperar al día siguiente. Sin embargo Octavio siguió sintiendo estos cambios temporales por algunas horas más. 

Durante uno de los saltos temporales más intensos, Octavio logró percibir algo crucial: no eran sus hechizos los que provocaban estos breves regresos al futuro, sino algo que ocurría en su tiempo original. Pudo ver a sus roomies trabajando frenéticamente alrededor de la misma máquina que lo había enviado al pasado.

Esta revelación fue un golpe duro pero esclarecedor. Octavio comprendió que su capacidad para influir en su situación era limitada y que dependía de las acciones de sus compañeros de piso en el futuro.

Con esta nueva perspectiva, Octavio se sintió más vulnerable que nunca. Aunque había estado intentando mantenerse fuerte y optimista para José y para sí mismo, la realidad de su impotencia lo golpeó con fuerza. Se recostó en su cama, mirando al cielo, y por primera vez desde que había comenzado esta aventura lloró hasta quedarse dormido. 

—José, creo que no depende de nosotros —confesó, la voz temblorosa al otro día.. —Son mis roomies en el futuro. Ellos están tratando de arreglar esto.

José se sentó junto a él, su expresión seria.

—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó el niño, su voz mostrando un atisbo de la preocupación que Octavio había estado llevando solo.

Octavio suspiró, sintiendo una mezcla de alivio y resignación al compartir su carga.

—No lo sé —dijo simplemente. 

— Tal vez no sea tan malo — dijo José — Vivirás de nuevo tu vida y ya, ¿no?

Octavio no lo había pensado, estaba tan obsesionado con regresar que paso por alto lo mucho que podría hacer si se quedaba en este tiempo, podría vivir de nuevo y esta vez haría las cosas diferentes, esta vez haría aquellas cosas que lo hacían feliz. Claro que prefería regresar pero si sus compañeros no lo lograban podría vivir feliz de todos modos, Aceptar su presente le quito una enorme carga de los hombros, eso era, simplemente podía revivir todo de nuevo, eso podía tolerarlo e incluso disfrutarlo. 

Los días se convirtieron en semanas, y aunque Octavio se había adaptado a su vida en el pasado con una nueva calma, la esperanza de regresar a su tiempo nunca se desvaneció completamente. Continuaba disfrutando de su familia, amigos y tranquilidad de la vida de niño pero mantenía la confianza en sus roomies para encontrar la solución.

Ahora jugaba todo el día y estudio mucho para pasar su examen de suma de quebrados, práctico su lectura en voz alta y abrazo mucho a sus papás. Otra vez era el niño feliz pero ahora tenía la capacidad de disfrutarlo mucho más. 

Un día, mientras estaba en la escuela, Octavio sintió una sensación ya familiar de distorsión a su alrededor. Pero esta vez, la sensación fue más intensa, más prolongada. Miró a su alrededor y vio cómo todo comenzaba a desdibujarse, como si el mundo se estuviera disolviendo en un mar de neblina.

—¡Está sucediendo! —dijo en voz baja, aunque su voz parecía ahogarse en el vacío que se formaba a su alrededor, se tomo un momento para disfrutar de una vista a su maestra y compañeros. Octavio se vio envuelto en un torbellino de luces y sombras, y el aula desapareció.

Cuando la luz se disipó, Octavio se encontró de nuevo en su habitación, frente a la máquina que lo había enviado al pasado. Sus romies estaban allí, sus rostros marcados por la preocupación.

—¡Lo logramos, Octavio! —exclamó uno de ellos, corriendo a ayudarlo a levantarse del suelo.

Octavio miró a su alrededor, todavía aturdido. Todo le parecía extrañamente familiar y a la vez increíblemente precioso. Su cuarto, aunque desordenado y lleno de aparatos extraños, nunca le había parecido tan acogedor.

—¿Cómo… cómo lo hicieron? —preguntó, su voz temblorosa por la emoción y el shock residual.

—Fue un proceso complicado. Tuvimos que ajustar la máquina para sincronizarla con tus saltos temporales.Te desmayaste como 5 minutos —explicó otro de los roomies, mostrando gráficos y ecuaciones en una pantalla.

Octavio escuchaba, intentando asimilar la información, pero más que nada, se sentía abrumado por la gratitud. Había vuelto. Finalmente, estaba de nuevo en su tiempo, en su espacio. Todo estaba igual pero al mismo tiempo todo había cambiado. ¡El trabajo! recordó que iba tarde, se levanto rápidamente pero sus roomies lo detuvieron y lo obligaron a quedarse en casa para poder vigilar cualquier posible consecuencia. 

Al otro día tuvo muchos ajustes y reflexiones.   Renunció a su trabajo en el centro de llamadas. Con la determinación de no dejar que su vida se estancara, comenzó a buscar empleo en áreas que le apasionaban. Más tarde visitó a su familia. Al ver a sus padres y hermanos, no pudo evitar sentir una mezcla de nostalgia y alegría. Les contó sobre su experiencia, se centró en cómo la experiencia lo había hecho valorar más a su familia y la importancia del tiempo que pasaban juntos.

El fin de semana, retomó viejas amistades y se esforzó por estar más presente en las vidas de sus amigos, recordando cómo José, en su versión infantil, había sido un apoyo crucial en sus momentos más difíciles. Aunque sabía que el verdadero José recordaría aquello como un juego  Octavio se sentía agradecido y decidido a ser un mejor amigo.

FIN

Muchas veces no tenemos ningún control sobre lo que nos sucede, esperar con tranquilidad y adaptarse al presente es una forma de controlarnos y hacernos responsables de nuestras emociones.


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