El sol se escondía lentamente tras las montañas cuando Ana llegó al pequeño pueblo de Roca fría. La combinación de estructuras tradicionales europeas con modernos edificios le daba al lugar un aire único y extraño. Ana, cargando sus maletas, se dirigió hacia la oficina donde comenzaría su nuevo trabajo como telefonista. El trabajo parecía sencillo y bien pagado, justo lo que necesitaba para ahorrar dinero y visitar a su familia en su ciudad natal.

La oficina estaba flanqueada por una tienda de 24 horas y una pequeña cafetería. Ana notó la tranquilidad casi inquietante del lugar. Al entrar, fue recibida por una sala moderna, pero vacía.Su horario era vespertino de 3 a 10 pm. Encendió la computadora y se instaló en su escritorio, comenzó su trabajo revisando los mensajes . Su jefe, un hombre llamado Víctor, solo se comunicaba por la noche con algún mensaje. Así que estaría sola la mayoría del tiempo.
Después de organizar su espacio de trabajo camino un poco en la misma calle para dejar sus maletas en el apartamento que le serviría como casa. No le tomo mucho tiempo así que Ana decidió explorar un poco cerca de la oficina. El tendero, un hombre viejo y atento llamado Lorenzo, la saludó con una sonrisa.
—Buenas tardes, señorita. ¿Es nueva en el pueblo? —preguntó, acomodando unas cajas en el aparador.
—Sí, acabo de llegar. Comenzaré a trabajar en la oficina de al lado —respondió Ana, devolviendo la sonrisa.
—Bienvenida. Si necesita algo, no dude en pedirlo. Este pueblo puede ser un poco… diferente para los recién llegados —dijo Don Lorenzo con un tono enigmático.
Ana asintió y agradeció pero continuó su camino. Mientras caminaba, observó que las calles estaban casi desiertas, con apenas unos pocos habitantes que la miraban con curiosidad. El conductor del autobús que la había traído, un hombre mayor y desconfiado, le había advertido sobre la tranquilidad del pueblo, pero Ana no imaginaba que sería tan palpable. Prefirió regresar a su oficina.

Al terminar su turno. Ana regresó a su apartamento. Decidió desempacar y preparar algo de comer antes de acostarse. Mientras cenaba, notó una sombra que se movía fuera de su ventana. Se acercó para mirar mejor, pero no vio nada. Sacudió la cabeza, atribuyendo la visión al cansancio del viaje.
A medianoche, su teléfono sonó con un mensaje. Era su jefe, Víctor.
—Bienvenida, Ana. Espero que te hayas instalado bien. Mañana comenzaremos con tus tareas. Por favor, revisa los documentos que te envié y asegúrate de estar lista para las llamadas. Buena suerte.
Ana volvió a dormir pero se despertó varias veces, sintiendo que alguien la observaba. Cada vez que se asomaba por la ventana, no veía nada fuera de lo común. Al amanecer, decidió salir a correr para despejar su mente. Practicar deporte siempre la había ayudado a sentirse mejor y más centrada. Por eso era la mejor en su clase de esgrima.
Mientras corría por las calles desiertas, volvió a notar las sombras. Intentó ignorarlas, concentrándose en su ruta y en su respiración, pero la sensación no desaparecía.

Ana decidió dejar el tema por el momento y al llegar su hora se dirigió a su oficina. Había mucho que hacer y no quería distraerse. El día transcurrió con normalidad, algunas llamadas por acá, unos documentos allí, responder correos allá, entonces Ana olvidó las sombras.
Esa noche, cuando se disponía a dormir recibió otro mensaje de Víctor.
—Buenas noches, Ana. Muy buen trabajo hoy, estoy contento con tu desempeño. Sigue así. Las sombras se disipan en el día a día. Hasta mañana.
Ana sintió un nudo en el estómago al leer el mensaje. ¿Cómo sabía Víctor sobre las sombras? ¿Era solo una metáfora, o había algo más detrás de sus palabras? Ana trato de convencerse de que todo era producto de su imaginación. Pero en el fondo, sabía que algo no estaba bien.
El aire frío de la mañana saludó a Ana cuando salió de su apartamento. Decidió empezar el día con una taza de café porque de nuevo despertó por las noches para confirmar que nadie la estuviera vigilando, miraba los árboles a lo lejos con la sensación de que allí había algo.
Después de comer, Ana se dirigió a la oficina. Tenía varios documentos que revisar y llamadas que atender. Sin embargo, mientras trabajaba, no podía dejar de pensar en las sombras y en los mensajes de Víctor. Decidió investigar un poco más sobre el pueblo y sus peculiaridades.
Al atardecer, se dirigió a la tienda de Don Lorenzo. El viejo tendero la recibió con su habitual sonrisa.
—¿Necesitas algo? —preguntó mientras organizaba unos productos en los estantes.
—Sí, quería saber un poco más sobre este pueblo. Parece que tiene muchas historias —dijo Ana, tratando de sonar casual.
Don Lorenzo se detuvo por un momento y la miró con una expresión pensativa.
—Roca Fría es un lugar antiguo. Hay muchas leyendas y supersticiones. Pero no dejes que te asusten. La mayoría son solo cuentos —dijo, pero Ana notó un destello de preocupación en sus ojos.
Más tarde, Ana regresó a la oficina y continuó con su trabajo. Sin embargo, las sombras comenzaron a aparecer de nuevo. Esta vez, eran más persistentes. Ana sentía su presencia incluso dentro de la oficina. Decidió enviarle un mensaje a Víctor.
—Víctor, necesito hablar contigo en persona. Hay cosas que están afectando mi trabajo —escribió.
La respuesta llegó casi inmediatamente.
—No te preocupes, Ana. Las sombras no pueden hacerte daño si no les prestas atención. Confía en mí. Todo estará bien.
Ana sintió un escalofrío. Decidió salir a caminar para despejar su mente. Mientras caminaba por las calles desiertas, vio de nuevo al conductor del autobús, que subia su pie al viejo camión, mientras la saludaba con un gesto de la mano.
—¿Todo bien? —preguntó él, con una expresión seria.
—Sí, solo necesitaba un poco de aire fresco. Este lugar es un poco… extraño —admitió Ana.
El conductor asintió.
—Lo es. Ten cuidado. No todos los que vienen aquí se acostumbran. Algunos no duran mucho —dijo antes de subirse al autobús y marcharse.
De regreso a su apartamento, Ana intentó relajarse, pero las sombras continuaban acechándola. Decidió recordar las palabras de su abuelo cuando enfrentaba a un rival formidable en sus clases de esgrima.
—Recuerda, Anita. No permitas que el miedo te controle. Establece tus límites y mantén la calma—decía su abuelo con voz firme y tranquilizadora.
Ana sintió una oleada de tranquilidad. Decidió seguir ese consejo y no dejarse intimidar por las sombras. Esa noche, cuando las sombras aparecieron de nuevo, Ana se concentró en su respiración y en mantener la calma. Visualizó las enseñanzas de su abuelo y, poco a poco, las sombras comenzaron a retroceder.
Ana se despertó sintiéndose más descansada de lo que había estado en días. Las enseñanzas de su abuelo la habían ayudado a mantener la calma y, aunque las sombras aún eran una presencia inquietante, sentía que tenía el control. Por la tarde se dirigió a la oficina con una renovada determinación de descubrir más sobre el pueblo y sus oscuros secretos.
La tarde transcurrió sin incidentes, pero Ana no podía dejar de pensar en las advertencias del tendero y del conductor del autobús.
Al salir ya era de noche y se dirigió a la tienda. Don Lorenzo la recibió con su habitual sonrisa, pero sus ojos mostraban preocupación.

—Don Lorenzo, necesito saber más sobre las historias del pueblo. ¿Qué sabe sobre las sombras? —preguntó Ana directamente.
El tendero suspiró y miró a su alrededor antes de hablar en voz baja.
—Este pueblo tiene secretos oscuros, Ana. Las sombras no son solo historias. Son reales y están aquí para proteger algo… o alguien. Los forasteros son vistos como una amenaza, y aquellos que no se adaptan, no duran mucho. Hay muchas muertes por anemia… yo creo que son obra de los vampiros que viven entre nosotros. —dijo con un tono sombrío.
Ana se quedó sin palabras. La confirmación de sus sospechas la dejó helada, pero también la llenó de una determinación feroz.
—Necesito salir de aquí, Don Lorenzo. No puedo quedarme pero ya es tarde y mañana es domingo y no habrá autobús ¿Sabe si alguien va para la ciudad? —pregunto, tratando de mantener la calma, tal vez era una decisión precipitada pero prefería una mala decisión laboral que ponerse en riesgo.
El tendero asintió.
—Hay una camioneta en la parte trasera de mi tienda. Su dueño murió hace años, le doy mantenimiento de vez en cuando, no es mucho, pero debería llevarte lejos de aquí, Tiene las llaves puestas. Ten cuidado, es obvio que no todos quieren que te vayas —dijo
Entonces, Ana se preparó para escapar. Fue a su departamento, empacó sus pertenencias y se dirigió a la tienda. Mientras revisaba sus mensajes, recibió otro de Víctor.
—Ana, espero que hayas tenido un buen día. Recuerda, las sombras no pueden hacerte daño si no les prestas atención. ¿Nos vemos mañana?
Ana sintió un escalofrío. Sabía que Víctor era más de lo que aparentaba, y su insistencia en tranquilizarla solo aumentaba su desconfianza.
Cuando llegó a la tienda ya era media noche, Ana se dirigió sigilosamente a la parte trasera de la tienda de Don Lorenzo. Encontró la camioneta y, con las manos temblorosas, insertó la llave en el encendido. El motor rugió suavemente, y Ana respiró aliviada, con el motor encendido bajo a echar sus maletas a la parte de atrás.
Sin embargo, cuando arrojaba la última, una figura apareció junto a ella. Era Víctor, vestido elegantemente con un traje a la medida y una sonrisa indescifrable.

—¿A dónde crees que vas, Ana? —preguntó con voz suave pero amenazante.
Ana sintió el corazón acelerarse. Sabía que este era el momento decisivo. Recordando las enseñanzas de su abuelo, se preparó mentalmente para lo que venía.
—Voy a salir de aquí, Víctor. Renuncio —dijo con firmeza, mirando directamente a sus ojos.
Víctor dio un paso adelante, su sonrisa se convirtió en una mueca siniestra.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Ana. Este pueblo es mi hogar, soy su dueño, no dejo que nadie se vaya sin permiso —dijo, sus ojos brillando con una luz antinatural.
Ana respiró hondo, recordando las palabras de su abuelo. No permitas que el miedo te controle. Establece tus límites y mantén la calma.
—No te voy a dejar ir, Ana. No puedes escapar de tu destino —dijo Víctor, dando otro paso hacia ella. Sus ojos brillaban con una luz antinatural, y su sonrisa se ensanchó, mostrando colmillos afilados.
Ana tragó saliva y respiró hondo. Sabía que tenía que mantenerse firme y utilizar todo lo que había aprendido de su abuelo y la esgrima.
—No soy tu propiedad, Víctor. No permitiré que me controles —respondió, con la voz más firme de lo que se sentía.
Víctor se rió, un sonido frío y cruel que resonó en la noche.
—¿De verdad crees que puedes detenerme? ¿Con esos bracitos?—dijo, tomandola del brazo y lanzandola a dos metros de distancia.
Ana se levantó, recordó su abuelo, establece limites y manten la calma, en su mirada había determinación.
— Me voy de aquí Victor, te guste o no — dijo con voz firme y fuerte
Víctor gruñó y se lanzó hacia ella, pero Ana estaba preparada. Usando su agilidad y fuerza, adquiridas en sus años de práctica de esgrima, esquivó su ataque y lo golpeo directo en el rostro.
Víctor se detuvo, sorprendido por el golpe. Por un momento, pareció dudar, pero luego sonrió y volvió a atacar.
Esta vez, Ana estaba lista. Cuando se acerco, ella lo golpeó en la cara y lo empujó con toda su fuerza para correr de regreso a la camioneta. El motor rugió cuando Ana aceleró, dirigiéndose hacia la salida del pueblo.
Víctor sonrió, le divertía la situación, miro alrededor y las sombras cobraron vida y siguieron a la camioneta a gran velocidad, pero Ana ya estaba en camino. Condujo a toda velocidad por las calles desiertas, las sombras tratando de alcanzarla pero sin éxito. El corazón le latía con fuerza, pero se mantuvo enfocada en su objetivo: escapar.
Las sobras saltaban entre los arboles, el bosque parecía cerrarse frente a ella, las sombras parecían frenar la camioneta, pero Ana, con firmeza, mantuvo sus ojos en la intersección con la autopista.
Al incorporarse a la autopista las sombras se replegaron como si la luz en el asfalto las dañara. Ana respiró aliviada. Las sombras se quedaron atrás y formaron la figura de Victor que se veía incrédulo y feliz por la situación. Ana veía por el retrovisor como se hacía muy pequeñito y se alejaba cada vez más. Había dejado atrás las sombras y a Víctor. Ahora necesitaba encontrar un lugar donde pudiera descansar y pensar.
Unos kilómetros más adelante, vio una gasolinera y decidió detenerse. Al bajarse de la camioneta, se encontró con el conductor del autobús, quien parecía estar tomando un descanso.
— ¿Qué hace aquí? —preguntó, sorprendido.
—Escapando —respondió ella, sintiéndose un poco más segura al verlo.
Después que Ana se tranquilizó de toda la aventura estaba sentada tomando café con el conductor del autobús, cuyo nombre resultó ser Manuel, que le contó más sobre el pueblo y sus oscuros secretos.
—Hace muchos años, Roca Fría era solo un pequeño asentamiento. Pero algo cambió. Un grupo de forasteros llegó al pueblo y nunca se fueron. Con el tiempo, se revelaron como vampiros. Usan el pueblo como un coto de caza, atrayendo a forasteros y manteniéndolos atrapados con sus sombras y su influencia. Los lugareños están acostumbrados a ellos, y los forasteros que llegan… bueno, no duran mucho —explicó Manuel.
Ana escuchaba atentamente, sintiendo una mezcla de horror y fascinación. Todo encajaba con lo que Don Lorenzo le había contado.
Ana se despidió de Manuel y subió a la camioneta. Condujo por la carretera, dejando atrás la gasolinera y el oscuro recuerdo de Roca Fría. A medida que se alejaba, sintió cómo una carga pesada se levantaba de sus hombros. Sabía que su vida nunca sería la misma, pero también sabía que había ganado una nueva fortaleza y determinación que la guiarán en cualquier camino que decidiera tomar.
FIN
Somos nosotros mismos los que nos controlamos, las experiencias pasadas nutren nuestra capacidad de respuesta, si aprendemos a verlo como algo que sucede y no como algo terrible podemos enfrentar cualquier cosa, tal como lo hizo Ana. Recuerda: “Lo que es terrible no es lo que sucede, sino lo que te dices a ti mismo acerca de lo que sucede.”
Este cuento puede gustarle o incluso puede necesitarlo alguno de tus familiares o amigos, compártelo en tus redes o mándales el enlace para seguir creando una comunidad entretenida y con salud mental.



