Hay un momento, sutil pero poderoso, en el que algo cambia dentro de ti. No lo anuncia una fanfarria ni aparece una luz celestial desde el cielo. No. Es más simple. Tal vez estás lavando los platos, caminando sin rumbo o sintiéndote completamente derrotado. Y, de repente, piensas algo diferente: “No quiero seguir sufriendo así”.
Ese instante, pequeño y silencioso, es el primer paso del rescate.
Y sí, no necesitas capa ni sirena de ambulancia. Porque no esperas que alguien venga a salvarte. No es una película. No hay caballero andante, terapeuta omnipotente o pastilla mágica que lo resuelva todo. En su lugar, hay algo mejor: tú y tu capacidad para cuestionar tus pensamientos y dejar de creerte cada drama mental como si fuera una profecía indiscutible.
El drama de “me tengo que rescatar porque todo está mal”
Es una trampa más. Pensar que “todo está mal” es una de las grandes obras de teatro que monta nuestra mente irracional. La TREC nos ayuda a reconocer ese libreto: cuando decimos cosas como “esto es insoportable”, “no debería estar pasándome esto”, o “soy un desastre”, lo que estamos haciendo es condenarnos, dramatizar y exigirnos perfección.
Pero tú estás rompiendo ese guion. Porque el verdadero rescate empieza cuando te dices:
“Esto es duro, sí. Pero puedo soportarlo. No me gusta, pero no es el fin del mundo. Y aunque no me sienta bien hoy, no significa que esté roto.”
Rescatarte no es arreglarte
No estás roto. Estás cansado de creer ideas irracionales que te han hecho sufrir. Estás empezando a notar que no necesitas exigirte ser perfecto, ni necesitas aprobación constante, ni que todo sea cómodo para estar bien.
Estás aprendiendo que puedes vivir con incomodidad, con incertidumbre y con errores.
Y no solo eso: puedes crecer a partir de ello. Eso es lo que Ellis llamaba desarrollar tolerancia a la frustración, aceptar incondicionalmente a uno mismo y vivir con más flexibilidad.
Rescatarte es cambiar tu lenguaje interno
Pasas del “¡No puedo más!” al “Esto es difícil, pero lo enfrento”.
Pasas del “Soy un fracaso” al “Hoy me equivoqué, pero eso no define quién soy”.
Pasas del “Necesito que me quieran” al “Me gustaría, sí, pero mi valor no depende de eso”.
Este rescate no es glamoroso.
No tiene banda sonora épica.
Pero es real.
Y es tuyo.
Cada vez que eliges no gritarte internamente, que respiras antes de actuar, que piensas con lógica en lugar de con catastrofismo, que no condenas a los demás ni a ti, te estás rescatando a ti mismo.
Y eso, amigo mío, merece una ovación interna.
No por perfección.
Sino por decisión.



