Hay una idea rondando en la cabeza de muchos: que ir al gimnasio es solo para la gente que quiere parecerse a Thor o vengarse de un ex. ¡Pero no! Ir al gym es más terapia que tus 4 sesiones canceladas con la psicóloga porque “te quedaste dormido”. Spoiler: estabas despierto, pero viendo reels de perritos.
Yo me di cuenta de esto cuando un día estaba tan estresado que le grité a mi tostadora. ¡A una tostadora! Ahí dije: “algo no anda bien”. Y me fui al gym. No a entrenar, claro, fui a dejar a mi primo. Pero vi gente sacando el coraje con las pesas y dije: “yo también quiero gritarle a una barra, pero sin que me miren raro”.
Entonces empecé.
Pero ojo, yo no soy de esos fit que hacen sentadillas como si estuvieran convocando a Thor. Yo fui porque tenía ansiedad, y no quería solucionarla con tacos… otra vez.
Al principio, cada vez que corría 10 minutos sentía que estaba por morir. Y no de cansancio, ¡de vergüenza! Porque correr en la caminadora con panza y sin ritmo es como intentar bailar salsa con un pingüino.
Pero con el tiempo descubrí algo: el ejercicio no solo te hace sudar, también te ayuda a sacar lo que cargas emocionalmente. Porque nadie piensa en sus traumas cuando está intentando no morir en una clase de spinning. Ahí solo piensas: “¿Por qué esta señora de 60 años va más rápido que yo?”
Y eso es hermoso. Porque es un momento en que el cerebro deja de ser un drama queen y se vuelve funcional. Como dijo una vez mi terapeuta (bueno, el que sigo en TikTok): «a veces solo necesitas moverte para dejar de quedarte atrapado en la cabeza».
El ejercicio es como la TREC pero con más olor a sobaco. Te hace cambiar tus pensamientos. Por ejemplo:
- Antes: «No sirvo para nada».
- Después de entrenar: «No sirvo para nada… pero al menos ya hice 20 lagartijas mal hechas».
¡Y eso es progreso, mi gente!
Además, conoces gente loca… pero buena loca. Gente que te grita “¡VAMOS, TÚ PUEDES!” cuando tú estás claramente a punto de vomitar. Eso no pasa en terapia. En terapia te dicen “¿y cómo te hace sentir eso?”. En el gym te dicen: “¡VAMOS, CAMPEÓN!” aunque te veas como un churro mojado.
Y eso se siente bien.
Porque en el fondo, el ejercicio no te cambia el cuerpo (eso viene después), te cambia la mente. Te hace entender que no tienes que estar motivado para actuar. Que a veces vas al gym con flojera, triste, enojado… y sales más tranquilo, más ligero… aunque también con olor a demonio.
Así que si hoy no te sientes bien y no puedes ir al terapeuta, haz sentadillas de emergencia. No necesitas ser un modelo de Instagram. Solo necesitas moverte. Como decía mi abuela: “El cuerpo se queja, pero el alma lo agradece”.
Y si no sabes por dónde empezar… ve a caminar. Aunque sea hasta la tienda. Compra algo, lo que sea. Solo no regreses con ansiedad… ni con 14 gansitos.
¿Y tú? ¿Ya le gritaste a una pesa hoy o sigues gritándole a tu tostadora?



