Hay una diferencia abismal entre estar solo… y sentirse solo. La primera puede ser una cita contigo mismo; la segunda, una fiesta donde nadie te invitó.
Estar solo es como ir al cine sin compañía: al principio parece raro, pero luego descubres que nadie juzga si lloras con la escena del perrito o si te ríes como foca en celo. Sentirse solo, en cambio, es estar rodeado de gente y aún así pensar: “creo que mi planta me entiende más que todos estos humanos”.
Y es que nos han vendido la idea de que la soledad es un castigo. Como si fuera el rincón emocional de los fracasados. “¿Por qué estás solo?” te preguntan, con cara de estar oliendo un calcetín sucio. Como si no pudiera ser una decisión, como si tu tranquilidad debiera venir con audífonos y acompañante.
La realidad es otra. Aprender a estar solo —y disfrutarlo— es uno de los mayores actos de amor propio. Es decirle al mundo: “Estoy tan bien conmigo mismo que hasta me caigo bien”.
¿Y sabes qué? No tienes que hacer un retiro espiritual en el Tíbet para lograrlo. Puedes empezar por ir al súper sin audífonos. Sentarte en un parque a observar sin tocar el celular. Bailar en tu casa como si nadie te viera (porque efectivamente… nadie te ve, y eso es liberador).
Pero, claro, a veces llega la vocecita: “Deberías tener pareja, más amigos, más vida social, más seguidores”. Y esa voz, mis queridos lectores, no es tu conciencia sabia, es tu inseguridad con micrófono. ¿Solución? La próxima vez que sientas esa presión, mírate al espejo y di: “Gracias por acompañarme. Eres buena compañía, aunque no traigas chismes”.
Estar bien solo te da superpoderes: toleras mejor el rechazo, te conoces mejor y, sobre todo, ya no aceptas cualquier relación por miedo a quedarte solo. Porque tú sabes que estar solo no es estar vacío. Es estar completo.
Así que la próxima vez que alguien te diga “¿y tú por qué estás solo?”, sonríe y contesta: “Porque me caigo tan bien, que a veces no quiero compartirme”.
Y si te sientes solo —que también es válido— no lo niegues. Abrázalo. Llora si hace falta. Pero recuerda: sentirte solo no te hace débil. Reconocerlo y aprender a acompañarte, sí te hace fuerte.
Porque al final, aprender a estar solo sin sentirte solo… es como aprender a bailar cumbia contigo mismo: cuesta al principio, pero cuando le agarras el ritmo, no necesitas a nadie más para pasártela bien.
Y tú, ¿ya bailaste contigo hoy?



