“Me temblaban las manos. Sentía que todos me juzgaban. Quería salir corriendo… Pero no lo hice. Ese día cambió algo en mí.”
1. El protagonista: Marta y su miedo secreto
Marta tiene 34 años. Es diseñadora gráfica, madre de una niña de 6, vive en un piso pequeño con plantas colgantes en la cocina y siempre ha sido buena en lo suyo. Salvo por una cosa: hablar en público. Le aterra. Cada vez que tiene que presentar su trabajo en una reunión, empieza a sudar frío, le tiembla la voz y su mente se llena de pensamientos catastróficos: “Van a notar que me pongo roja”, “Voy a hacer el ridículo”, “Si fallo, todos van a pensar que no sirvo”.
Por fuera, nadie lo nota. Es amable, competente y responsable. Pero por dentro, cada exposición, por pequeña que sea, es una lucha contra sí misma.
Marta quiere algo simple: poder hablar sin miedo, con tranquilidad. No sueña con ser conferencista TED. Solo quiere sentirse libre de ese nudo en el estómago cada vez que tiene que compartir una idea frente a otros.
2. El conflicto: la presentación inesperada
Todo empezó una mañana cualquiera. Su jefe la llamó y le dijo:
—“Marta, me encanta tu propuesta. ¿Podrías presentarla al cliente el viernes?”
Ella sintió cómo su pecho se apretaba.
—“Claro”, respondió, con una sonrisa que le costó todos sus músculos faciales.
Esa noche no pudo dormir. En su cabeza imaginaba todos los escenarios posibles… y todos terminaban mal. Su mente repetía frases como:
«No puedo hacerlo. No soporto esa presión. Si me trabo, será un desastre. Todos pensarán que soy una farsa.»
Estas ideas, como bien señala la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), no eran simples pensamientos. Eran creencias irracionales: exigencias absolutistas, catastrofismo, baja tolerancia a la frustración. El tipo de diálogo interno que sabotea desde dentro y transforma un simple reto en un monstruo emocional.
3. Punto de quiebre: el intento fallido
El miércoles, decidió hacer una práctica frente a su pareja. A los dos minutos se quedó en blanco.
—“No puedo”, dijo, y se fue llorando al dormitorio.
Ese fue su punto de quiebre. Por primera vez, Marta pensó seriamente en decirle a su jefe que no podía presentar. Que alguien más lo hiciera.
Pero antes, buscó en internet: “cómo perder el miedo a hablar en público sin morir en el intento”.
Encontró una frase que la detuvo:
“No tienes que sentirte valiente para actuar. Solo actuar con miedo.”
Y debajo, un artículo sobre Albert Ellis y la TREC.
4. El cambio comienza: descubriendo la TREC
Marta empezó a leer sobre la Teoría ABC de la TREC:
- A = Acontecimiento activador: “Tengo que hacer una presentación”
- B = Creencias: “Debo hacerlo perfecto”, “Si me equivoco, soy un fracaso”
- C = Consecuencia: Ansiedad, bloqueo, deseos de escapar
El problema no era la presentación (A), sino lo que se decía a sí misma (B). Y si cambiaba eso, podía cambiar cómo se sentía (C).
Empezó a cuestionarse:
- ¿De dónde saqué que debo hacerlo perfecto?
- ¿Qué es lo peor que puede pasar realmente?
- ¿Podría equivocarme y aún así ser una buena profesional?
Estas preguntas, parte del debate racional-emotivo, abrieron una grieta en sus creencias automáticas. Por primera vez, sintió que tal vez no estaba condenada a vivir con miedo.
5. La transformación: práctica emocional y racional
Los siguientes días, Marta practicó más que su presentación. Practicó su nueva filosofía interna.
Cada vez que surgía el pensamiento “van a pensar que soy tonta”, se respondía:
—“No tengo una bola de cristal. No sé lo que piensan. Y aunque a alguno no le guste, eso no define mi valor.”
Antes de dormir, repetía:
—“Preferiría hacerlo bien, pero si no, puedo tolerarlo. No es el fin del mundo.”
Incluso ensayó intencionalmente cometiendo errores para exponerse a esa incomodidad sin huir de ella. Este método —llamado “ataque a la vergüenza”— la ayudó a darse cuenta de que podía tropezar y seguir de pie.
6. Clímax: el día de la presentación
Llegó el viernes. Marta respiraba profundo en la sala de reuniones. Tenía el corazón acelerado. Le sudaban las manos. Pero no huyó.
Comenzó a hablar. Se trabó al principio, tragó saliva… y continuó.
Una parte de ella decía: “¡Estás fallando!”.
Pero otra —más fuerte— le respondía: “Esto no tiene que ser perfecto para ser valioso.”
Terminó su presentación. Hubo preguntas. Comentarios. Nada catastrófico. Algunos incluso sonrieron y asintieron.
Y entonces, su jefe dijo:
—“Excelente trabajo, Marta. Muy claro todo.”
En ese instante, no fue solo alivio. Fue orgullo. Porque no se trataba solo de haber hecho una presentación, sino de haber enfrentado el miedo… y haber vivido para contarlo.
7. Desenlace: la vida después del miedo
No es que el miedo desapareciera del todo. Pero cambió su relación con él. Marta dejó de evitar reuniones. Incluso se ofreció para coordinar una próxima.
Ahora, cuando siente el cosquilleo del temor, lo reconoce… pero no le obedece. Tiene nuevas frases que la acompañan como mantras racionales:
- “No me gusta equivocarme, pero puedo tolerarlo.”
- “Nadie espera que sea perfecta, solo que sea auténtica.”
- “Puedo fallar y seguir siendo valiosa.”
Su hija la vio un día ensayando frente al espejo y le dijo:
—“Mamá, pareces valiente.”
Y Marta sonrió. Porque ya no necesitaba parecerlo. Lo era.
Mensaje final: Lo que Marta aprendió (y tú también puedes)
Marta entendió que el miedo a fracasar no es el verdadero enemigo. El problema es cómo lo interpretamos, cómo nos hablamos a nosotros mismos, cómo nos condenamos sin darnos derecho a ser humanos.
Con ayuda de la Terapia Racional Emotiva Conductual, Marta aprendió que no necesita eliminar el miedo, sino transformar su relación con él. Que puede actuar con ansiedad, equivocarse y aún así ser suficiente.
Porque pedir perfección no es valentía. La valentía real es permitirte fallar… y hacerlo de todos modos.
¿Te identificaste con Marta?
Si te pasa algo similar, recuerda:
- No estás solo. Todos sentimos miedo en algún momento.
- Lo que piensas no siempre es verdad. Cuestiónalo.
- No necesitas sentirte seguro para actuar. Solo actuar con miedo y todo.
- Pedir ayuda no es debilidad. Es el primer paso hacia la libertad.
Y si quieres empezar a trabajar con tus pensamientos como hizo Marta, explora la TREC. Puede cambiar tu forma de pensar… y tu vida.
Bonus: Autoafirmaciones racionales para enfrentar el miedo a hablar en público
- “Preferiría hacerlo bien, pero si no lo hago, aún soy valioso.”
- “Puedo sentir nervios y aún así actuar con efectividad.”
- “No necesito agradarle a todos para tener valor.”
- “Un error no define toda mi capacidad.”
- “Mi miedo no es una orden. Es solo una emoción que puedo manejar.”
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