Cómo gestionar tus emociones sin explotar como un volcán

3–5 minutos

El día que Mariana entendió que no podía seguir así

Mariana tenía 35 años, era madre de dos hijos, diseñadora gráfica freelance y, por fuera, parecía tener todo bajo control. Pero por dentro… las cosas eran distintas. Su pareja solía decirle en tono de broma: “Tienes el carácter de un volcán dormido. El problema es cuando despierta”. Ella sonreía por fuera, pero por dentro se dolía. Porque no era una broma. Era cierto.

Lo que nadie veía era lo que pasaba justo antes de “explotar”. Mariana tragaba y tragaba. Comentarios hirientes de su suegra, clientes que cambiaban todo a última hora, gritos de sus hijos mientras intentaba entregar un trabajo a tiempo. Una presión acumulada, como lava interna. Hasta que cualquier detalle —una toalla fuera de lugar o una taza rota— era la chispa que desataba una erupción de gritos, llanto o portazos.

Y luego venía la culpa. Se encerraba en el baño, respiraba con dificultad y se preguntaba: “¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo controlar esto?”.

Cuando lo que creemos es lo que sentimos

Todo cambió un jueves cualquiera. Había tenido un día especialmente tenso, y su hijo menor, de 6 años, tiró sin querer un vaso de jugo sobre su portátil. Mariana se quedó inmóvil. Algo dentro de ella le gritaba “¡Esto no debería pasar! ¡Es injusto! ¡No puedo soportarlo más!”. Ya conocía esa voz. Era la que la empujaba al abismo del estallido.

Pero esa vez, antes de gritar, recordó una frase que había leído hacía poco en una publicación de psicología: “No son los hechos, sino lo que te dices sobre ellos, lo que te perturba”. Se detuvo. Respiró. No fue magia, ni se calmó de inmediato. Pero por primera vez observó su pensamiento antes de dejarse arrastrar por él.

¿De verdad “no podía soportarlo”? ¿Era tan “terrible” que un niño de seis años derramara jugo? ¿O estaba exigiendo que todo en su vida fuera perfecto, sin margen de error, sin caos?

El punto de inflexión: conocer el ABC de sus emociones

Esa noche, buscó más sobre esa idea. Descubrió algo que le cambiaría la vida: la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) y su modelo ABC. Comprendió que:

  • A era el Acontecimiento activador (el vaso derramado),
  • B era su creencia (“Esto no debería pasar”, “No lo soporto”, “Todo debe salir bien siempre”),
  • C eran sus consecuencias emocionales: rabia, gritos, culpa.

Y lo más importante: que no era el vaso, ni su hijo, ni su agenda. Eran las exigencias que ella misma se imponía.

Con esa claridad, empezó un proceso profundo. No fue lineal, pero fue liberador.

Aprendiendo a desactivar el volcán

Mariana comenzó a identificar esas creencias irracionales y a sustituirlas por pensamientos más saludables. En lugar de pensar “Esto es insoportable”, se decía “No me gusta lo que pasó, pero puedo manejarlo”. Aprendió a ver sus emociones como mensajes, no como enemigos. Descubrió que no había nada malo en sentir enojo, pero que tenía la responsabilidad de expresar ese enojo sin lastimar ni lastimarse.

Se apoyó en ejercicios diarios de escritura emocional, ensayó respuestas en frío para momentos de tensión, y usó el humor para bajarle el volumen a su crítica interna. Practicó la “autoaceptación incondicional”, una piedra angular de la TREC: no debía ser perfecta, ni tenerlo todo bajo control para ser valiosa.

Incluso involucró a sus hijos: cuando sentía que la lava subía, decía en voz alta: “Mamá está por estallar, necesito respirar un poco”. Los niños entendían. Y eso, en lugar de debilitar su rol, fortaleció el respeto y la conexión.

El clímax: la prueba de fuego

Un día, en plena presentación con un cliente importante por Zoom, su hijo mayor entró llorando por una discusión con su hermano. La Mariana de antes habría sentido que su mundo se derrumbaba. Pero esta vez, respiró, puso en pausa la reunión y dijo: “Necesito un minuto, vuelvo enseguida”.

Atendió la situación, volvió y terminó la presentación con serenidad. No fue perfecta. Pero fue poderosa.

Esa noche, al cerrar su portátil, sintió algo nuevo: orgullo. No por haber evitado un estallido. Sino por haber elegido conscientemente no alimentar el volcán.

El desenlace: una nueva forma de vivir

Hoy, Mariana no se define por sus emociones, ni las niega. Ha aprendido a convivir con ellas, a escucharlas sin obedecerlas ciegamente. Su vida sigue teniendo caos, vasos rotos y días difíciles. Pero también tiene espacio para la compasión, el autocuidado y, sobre todo, la elección.

Porque gestionar las emociones no es reprimirlas. Es reconocerlas, comprenderlas y decidir cómo responder. Mariana aprendió que la verdadera fuerza no está en evitar sentir, sino en transformar lo que sentimos en algo constructivo.

Mensaje final

Mariana entendió que no se trata de apagar el volcán, sino de aprender a regular su fuego. Y que cada vez que eliges respirar en lugar de gritar, estás construyendo una paz que se nota, se siente y se transmite.


Trastornos mentales de Los Simpson: 10 personajes y sus “locuras” más conocidasTrastornos mentales de Los Simpson: 10 personajes y sus “locuras” más conocidas21 de septiembre de 2025Psicólogo Juan José Hernández Lira

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