El día en que Mateo decidió no correr
Mateo tenía 34 años y, como muchos, había postergado sus sueños durante años. No por falta de ganas. No por falta de talento. Lo que lo detenía era algo más profundo: el miedo paralizante a fracasar.
Desde joven soñaba con tener su propia cafetería. Le encantaba el aroma del café tostado, las conversaciones pausadas y los rincones acogedores. Tenía cuadernos llenos de ideas, logotipos dibujados a mano y hasta nombres para sus futuros postres. Pero cada vez que pensaba en dar el primer paso, su mente se llenaba de voces:
—¿Y si te va mal?
—¿Y si pierdes todo tu dinero?
—¿Y si haces el ridículo?
—¿Y si no eres lo suficientemente bueno?
Así fue como, año tras año, Mateo seguía trabajando en una oficina que no le apasionaba, viendo pasar la vida por la ventana.
La vez que el miedo le ganó
Un lunes por la mañana, su jefe le asignó un proyecto que requería liderar un equipo. A pesar de que Mateo tenía la experiencia y la preparación, su primera reacción fue el pánico. Le sudaban las manos. Sintió el pecho oprimido.
Recordó un episodio de años atrás, cuando en la universidad lideró un grupo y olvidó presentar un informe clave. El error fue pequeño, pero la vergüenza quedó grabada como una cicatriz. Desde entonces, su mente había decidido: “mejor no liderar, no arriesgar, no exponerse”.
Ese día, rechazó el encargo con una excusa. Y esa noche, mientras se cepillaba los dientes frente al espejo, se dijo en voz baja: “Otra vez te dejaste vencer por el miedo”.
Un encuentro inesperado
Al día siguiente, una compañera del trabajo, Clara, lo invitó a una charla gratuita sobre “Cómo transformar la relación con el fracaso”. Clara llevaba tiempo hablando de su proceso en terapia, de cómo había dejado de autoexigirse tanto y estaba más tranquila. Mateo, aunque escéptico, aceptó.
En esa charla escuchó por primera vez algo que le cambió la vida:
“El fracaso no te define. Tus pensamientos sobre el fracaso, sí.”
El expositor habló del modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva. Explicó que no son los eventos en sí los que nos perturban, sino lo que pensamos acerca de ellos. Usó un ejemplo muy parecido al de Mateo: alguien que no intenta algo por miedo a fracasar.
Ese día, Mateo se llevó una frase que anotó en su celular:
“No necesito tener éxito para valer. Prefiero hacerlo bien, pero puedo aceptar si no sale perfecto.”
El inicio de un proceso interior
Mateo empezó terapia con una psicóloga entrenada en TREC. En las primeras sesiones descubrieron varias creencias irracionales que lo habían limitado por años:
- “Si fracaso, significa que soy un inútil.”
- “Debo tener éxito o no valgo como persona.”
- “No puedo soportar el rechazo o la crítica.”
La psicóloga le explicó que estos pensamientos no eran verdades absolutas, sino interpretaciones distorsionadas. Lo ayudó a debatirlas, a reestructurarlas, a usar el lenguaje de las preferencias en lugar del de las exigencias. Practicaron frases nuevas como:
- “Me gustaría tener éxito, pero puedo tolerar si no lo tengo.”
- “Fracasar no me convierte en un fracasado. Soy mucho más que mis resultados.”
- “Puedo equivocarme y aun así ser digno de respeto y amor.”
Mateo empezó a identificar cuándo su “voz interna catastrofista” aparecía. A veces la llamaba “el saboteador de escritorio”. Otras, simplemente le decía: “gracias por participar, pero hoy no te haré caso”.
El día en que lo intentó (y temblaba)
Tras varios meses de trabajo personal, Mateo se inscribió en un taller de emprendimiento. Luego, alquiló un pequeño local compartido para probar sus recetas los fines de semana. La primera vez que abrió, no durmió la noche anterior. Imaginaba que nadie vendría, que la máquina de café fallaría, que se burlarían de él.
Y sí, algo falló. Se le olvidaron las servilletas. Una clienta lo notó y se lo dijo con amabilidad. Mateo sintió el viejo nudo en la garganta. Pero respiró hondo. Se recordó que eso no lo hacía menos valioso. Se disculpó, improvisó con pañuelos de cocina y continuó.
Esa noche, se permitió algo nuevo: sentirse orgulloso.
El cambio no fue mágico, fue humano
Hubo días en que Mateo dudó. Días en que pensó en renunciar. Días en que sintió que era más fácil volver a lo seguro.
Pero esta vez, en lugar de evitar el miedo, lo miraba de frente. Se decía:
—“No me gusta sentir esto… pero lo puedo soportar.”
—“No es el fin del mundo si me equivoco.”
—“Intentarlo ya es un triunfo sobre la pasividad.”
Con el tiempo, su cafetería creció. Pero lo más valioso no fue eso. Lo más valioso fue que Mateo recuperó la confianza en sí mismo. Entendió que su valor no dependía de sus logros, sino de su actitud ante ellos.
Reflexión final
Muchos vivimos atrapados en la cárcel invisible del “¿y si fracaso?”. Pero, como Mateo, podemos aprender que fracasar no nos hace fracasados. Que intentar algo con miedo sigue siendo intentarlo. Que cada paso, aunque pequeño, es una victoria sobre la parálisis emocional.
El verdadero fracaso no es caerse, sino dejar de intentar por miedo.
Moraleja
Mateo entendió que su miedo no era una señal de debilidad, sino una señal de que estaba saliendo de su zona de confort. Aprendió que la autoaceptación incondicional es el antídoto contra la tiranía del perfeccionismo. Y que vivir es arriesgarse… con fallos incluidos.
Si tú también te has sentido como Mateo, recuerda:
No tienes que esperar a sentirte listo para empezar. Puedes actuar aunque tengas miedo. Puedes fallar… y seguir valiendo.
Y si el miedo persiste, considera buscar apoyo profesional. A veces, lo que más necesitamos es una guía para reencontrarnos con nuestro propio valor.



