- El conflicto emocional: la trampa de la comparación
- El punto de inflexión: una conversación inesperada
- El cambio empieza en cómo lo ves
- ¿Qué hizo la diferencia? Cambiar la creencia.
- El clímax: resignificar lo cotidiano
- Desenlace: un nuevo tipo de propósito
- Reflexión final
Cuando el despertador suena a las 6:00 a.m., Carla no siente ganas de levantarse. No porque esté cansada —aunque lo está— sino porque otra jornada laboral la espera en un lugar que nunca eligió del todo. Es recepcionista en una oficina gris, donde el teléfono suena constantemente y los rostros son más pantallas que personas.
Carla tiene 32 años. Soñó con estudiar música, pero la vida fue empujándola por otros caminos. Hoy trabaja en algo que le paga las cuentas, pero no le llena el alma. Y, aunque intenta convencerse de que «hay que ser agradecida», no puede evitar sentir una punzada de vacío cada lunes.
El conflicto emocional: la trampa de la comparación
En redes ve a gente «feliz» haciendo lo que ama. Ella siente que ha fracasado. Se dice a sí misma: «Si no hago algo que me apasione, mi vida no tiene sentido». Este pensamiento se repite como un eco cruel.
La tristeza no viene solo del trabajo. Viene de la idea de que su vida no debería ser como es. Que debería estar más lejos. Que debería ser otra persona. Carla ha caído en una de las trampas más comunes: condicionar su valor y bienestar a un ideal externo.
La frustración le pesa. Algunos días se siente enojada con ella misma. Otros, simplemente se apaga.
El punto de inflexión: una conversación inesperada
Un martes cualquiera, su compañera Sofía le hace una pregunta:
—¿Te has dado cuenta de cómo tratas a la gente que llega aquí nerviosa? Siempre los calmas.
Carla sonríe con vergüenza. No se había dado cuenta.
—No es nada… solo trato de que se sientan bien.
—Eso no es nada, —le responde Sofía— eso tiene un impacto. Puede que no sea tu sueño, pero no es insignificante.
Esas palabras quedan resonando en Carla.
El cambio empieza en cómo lo ves
Esa noche Carla, aún dudosa, decide escribir lo que sí ha construido. Piensa en la señora mayor que le dijo “gracias por escucharme”. En el joven que vino a una entrevista temblando y se fue con una sonrisa. En cómo organiza el caos del lugar para que todo fluya.
Comienza a notar que sí hay propósito en su día a día, aunque no venga con un título de película. Y sobre todo, empieza a cambiar lo que se dice a sí misma. De “esto no vale nada” a “esto ayuda, aunque no lo vea todo el tiempo”.
¿Qué hizo la diferencia? Cambiar la creencia.
Desde la mirada de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), Carla estaba atrapada en una exigencia irracional de perfección y plenitud inmediata: “Mi trabajo debe apasionarme o no sirve”. Esta creencia la llevaba a sentimientos de frustración, vacío e incluso inutilidad.
Al cuestionar esa idea y sustituirla por otra más realista y útil, como “preferiría trabajar en algo que me apasione, pero mientras tanto puedo encontrar sentido en lo que hago”, su mundo empezó a cambiar.
La clave no fue cambiar de trabajo. Fue cambiar de perspectiva.
El clímax: resignificar lo cotidiano
Una semana después, Carla recibe a un joven que va a su primera entrevista de trabajo. Está pálido, inseguro. Ella lo recibe con calidez, lo ayuda a respirar hondo, le ofrece un vaso de agua. Al final él le dice: “Gracias, necesitaba que alguien me tratara así hoy”.
En ese momento, Carla comprende algo profundo. Lo que hace, aunque pequeño, puede ser significativo. No tiene que cambiar el mundo para estar contribuyendo. No necesita amar cada parte de su trabajo para encontrarle valor. Y, sobre todo, no necesita ser perfecta para sentirse útil.
Desenlace: un nuevo tipo de propósito
Carla empieza a notar más momentos como ese. No todos los días son buenos, pero ya no se siente perdida. Decide estudiar por las noches un curso de producción musical, no para escapar, sino porque quiere sumar algo que le entusiasme. Pero esta vez lo hace sin odio hacia su presente, sino con una base más firme: “Lo que hago importa, aunque no sea ideal”.
Empieza a ver su trabajo no como una condena, sino como una plataforma temporal donde también puede crecer, ayudar y aprender.
Reflexión final
Encontrar propósito no siempre es cambiar de vida. A veces, es cambiar de mirada.
Carla aprendió que uno no tiene que estar haciendo «lo que ama» para vivir con sentido. A veces, lo que haces hoy —aunque no sea perfecto— puede ser útil, valioso y suficiente para seguir avanzando.
Porque el valor de tu día no depende de cuán ideal sea tu trabajo, sino de cómo eliges vivirlo.



