- El día que Claudia se hartó de sí misma
- El enemigo invisible: el autosabotaje
- El punto de quiebre: cuando querer no es suficiente
- La transformación comienza con un “¿y si no?”
- El clímax: cuando se elige avanzar aunque duela
- Epílogo: el resultado de hacer las paces con uno mismo
- Reflexión final
El día que Claudia se hartó de sí misma
Claudia tenía 34 años, trabajaba como diseñadora gráfica freelance y se describía a sí misma como «una persona que empieza todo con entusiasmo… y nunca lo termina». Desde fuera, su vida parecía estable: tenía clientes, talento y una buena red de apoyo. Pero por dentro, vivía con una duda constante: ¿por qué, si tenía todo para lograrlo, se saboteaba a sí misma?
Soñaba con lanzar su estudio propio. Tenía la idea, el nombre, incluso el logo. Pero algo siempre ocurría: perdía el enfoque, postergaba decisiones importantes, y luego se castigaba por “otra vez no cumplir”.
Una mañana, tras cancelar por tercera vez una reunión clave con un posible socio, se miró al espejo y murmuró: “¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo avanzar, si esto es lo que quiero?”. Ese fue el primer paso: Claudia empezó a preguntarse si el obstáculo no estaba afuera, sino dentro de ella.
El enemigo invisible: el autosabotaje
El autosabotaje rara vez grita. Más bien susurra desde dentro, con frases disfrazadas de prudencia o realismo:
- “No es el momento”.
- “Seguro hay alguien mejor que yo”.
- “Si lo intento y fallo, no lo soportaría”.
Estas frases tienen raíces más profundas. Según la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), no es el evento en sí el que nos perturba, sino la creencia que mantenemos sobre ese evento. Claudia, por ejemplo, tenía una exigencia interna oculta: “Debo tener éxito rápidamente, y si no lo consigo, soy un fracaso”.
Cada vez que no avanzaba como quería, no solo sentía frustración; se condenaba a sí misma. Eso la paralizaba aún más. Esa es la trampa del autosabotaje: no solo bloquea la acción, sino que alimenta la culpa por no actuar.
El punto de quiebre: cuando querer no es suficiente
Claudia decidió ir a terapia. En su segunda sesión, su psicóloga le pidió que describiera qué pasaba justo antes de abandonar sus proyectos. Claudia se dio cuenta de un patrón: cuando algo la hacía sentir insegura (por ejemplo, presentar una propuesta a un cliente nuevo), una voz en su cabeza decía: “Si no lo haces perfecto, van a darse cuenta de que no eres tan buena”.
Ese pensamiento no era solo exigente; era irracional. Claudia se creía incapaz de tolerar la crítica o el rechazo. Como enseña Ellis, esto es baja tolerancia a la frustración: “No me gusta que me critiquen” se convierte en “No lo soporto”.
Una tarde, al revisar un correo que había escrito y no enviado por miedo a “sonar tonta”, su terapeuta le preguntó: “¿Qué pasaría si lo envías y te critican?”. Claudia se encogió de hombros. “Me sentiría expuesta… como si fallar confirmara que soy un fraude”. Allí apareció otra raíz del autosabotaje: la autoevaluación global. No fallaba en una tarea: ella misma se sentía un error.
La transformación comienza con un “¿y si no?”
Un día, Claudia decidió probar algo distinto. En lugar de evitar la reunión que tanto temía, preparó lo mínimo necesario y fue. Le sudaban las manos, la voz le temblaba. Pero al salir, se dio cuenta de que había sobrevivido. De hecho, el cliente aceptó su propuesta.
Fue un pequeño triunfo, pero gigante para su mente. Por primera vez, desafió sus creencias internas con evidencia real: podía actuar aun sintiendo miedo. No necesitaba sentirse segura para avanzar. Lo que necesitaba era cambiar su diálogo interno.
Durante las sesiones siguientes, Claudia aprendió a reemplazar sus “deberías” por preferencias: “Me gustaría hacerlo bien, pero si cometo errores, podré aprender”. Comenzó a practicar frases racionales como:
- “No soy perfecta, y eso no me hace menos valiosa”.
- “Es incómodo equivocarse, pero no es el fin del mundo”.
- “Mi valor no depende de mi productividad”.
El clímax: cuando se elige avanzar aunque duela
El verdadero momento de cambio llegó un lunes por la mañana. Tenía que enviar su portafolio a una agencia grande. Temblaba. Dudaba. Pero esta vez, en lugar de paralizarse, respiró y escribió una nota firme a sí misma: “Estoy cansada de vivir atrapada por mi miedo. No me va a gustar sentirme vulnerable, pero lo puedo soportar”.
Lo envió.
No solo consiguió una entrevista, sino que esa acción marcó un antes y un después. Claudia entendió que la raíz de su autosabotaje no era falta de talento, sino de autocompasión y tolerancia al error.
Epílogo: el resultado de hacer las paces con uno mismo
Hoy, Claudia sigue trabajando en sí misma. No ha desaparecido del todo su voz crítica, pero ahora sabe cómo responderle. Entendió que el autosabotaje no es una traición, sino un mecanismo aprendido para evitar el dolor. Pero también entendió que el precio de evitarlo es quedarse estancada.
Aprendió que actuar con miedo no es debilidad, sino valentía.
Reflexión final
Claudia descubrió que la raíz del autosabotaje era una combinación de exigencias irracionales, miedo a fallar y una necesidad inconsciente de perfección. Y que cortarla de raíz implicaba cuestionar esas creencias, practicar nuevas formas de pensar y, sobre todo, aceptar que avanzar no requiere sentirse listo: solo dispuesto.
Porque el primer paso para dejar de autosabotearte es creer que puedes soportar el proceso de crecer.
¿Y tú? ¿Qué parte de ti estás saboteando… porque todavía crees que no podrías con el dolor de fallar?



