- Cuando esperar motivación se vuelve una trampa
- El momento en que todo parecía inútil
- El cambio que no llegó con fuegos artificiales, pero sí con constancia
- Clímax: el día que dejó de esperar y empezó a actuar
- Epílogo: El resultado de actuar sin esperar el impulso perfecto
- Reflexión final:
“Hoy no tengo ganas…” pensó Mateo por tercera vez esa semana mientras miraba sus zapatillas de deporte. “Lo haré mañana, seguro.” Pero mañana tampoco llegó. Ni la semana siguiente. Ni el mes siguiente. No era flojo. No era perezoso. Solo estaba esperando a “sentirse motivado”.
Mateo tiene 34 años, trabaja en marketing digital y lleva tiempo sintiéndose estancado. Quería retomar el ejercicio, mejorar su alimentación y por fin comenzar ese curso que tenía en pausa desde hace meses. Pero algo siempre lo detenía: la falta de ganas. Esa sensación de que si no sentía entusiasmo o energía, entonces era mejor no empezar. “Para hacerlo a medias, mejor no hacerlo”, se decía.
Cuando esperar motivación se vuelve una trampa
A lo largo de los años, Mateo había aprendido que debía sentir un ‘clic’ interno para comenzar algo. Que si no había inspiración, no era el momento correcto. Que necesitaba estar en el “estado mental adecuado”. Esta creencia, aunque común, escondía un error profundo: pensar que la acción solo puede venir después de la emoción.
En una sesión con su terapeuta, Mateo aprendió algo que cambió su perspectiva. “Mateo —le dijo—, ¿qué pasaría si la motivación no fuera el motor que arranca el coche, sino el humo que sale después de que ya está en marcha?”
Ese día descubrió una de las ideas centrales de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC): no tienes que sentirte bien para actuar, pero actuar puede hacerte sentir mejorTREC GPT.
El momento en que todo parecía inútil
Una noche, después de otro día de posponer el curso y las caminatas, Mateo se sintió frustrado consigo mismo. Se miró al espejo y pensó: “¿Por qué soy así? ¿Por qué no puedo simplemente ser disciplinado?”. Sintió vergüenza, rabia e impotencia. Se etiquetó como flojo, como un fracaso.
Fue en ese punto de ruptura emocional donde recordó algo que su terapeuta le había enseñado: identificar el diálogo interno que lo estaba saboteando.
“¿Qué me estoy diciendo que me hace sentir tan mal?”
“¿De verdad necesito tener ganas para hacer esto?”
“¿Y si pudiera actuar sin esperar a estar inspirado?”
Ese fue el giro. Empezó a aplicar una técnica sencilla pero poderosa: actuar primero, sin esperar la emoción.
El cambio que no llegó con fuegos artificiales, pero sí con constancia
Mateo decidió hacer un experimento: caminar solo cinco minutos por la mañana, sin importar si tenía ganas. Y al día siguiente, repetir. No más. No menos. Solo cinco minutos. Nada épico.
El primer día salió casi a regañadientes. El segundo también. Pero el cuarto día, notó que después de caminar se sentía un poco más despejado. El séptimo día, empezó a planificar una ruta más larga. En la tercera semana, la caminata se convirtió en parte de su rutina.
¿Se sintió siempre motivado? No. Pero cada paso que daba, reforzaba la idea de que la acción precede a la motivación, no al revés.
Clímax: el día que dejó de esperar y empezó a actuar
Un viernes cualquiera, después de una semana complicada, Mateo volvió a casa con mil excusas para no salir a caminar. Estaba cansado, había tenido un mal día, llovía ligeramente. Abrió la puerta, dejó el bolso… y en lugar de sentarse, se puso las zapatillas.
No fue un gran momento heroico. Pero fue el momento en que decidió no dejarse llevar por lo que sentía, sino por lo que valoraba. Ese fue su clímax personal. Y ahí entendió: no necesitas sentirte motivado para ser una persona constante. Solo necesitas empezar, incluso con desánimo. Especialmente con desánimo.
Epílogo: El resultado de actuar sin esperar el impulso perfecto
Hoy, Mateo sigue teniendo días en los que no tiene ganas. Pero ya no espera a sentirse listo. Sabe que la motivación llega después del primer paso. Retomó su curso, comenzó a comer mejor y aprendió a valorarse incluso cuando no logra todo.
¿Su secreto? Dejar de esperar el momento perfecto y empezar con lo que hay. Con flojera. Con dudas. Con miedo.
Reflexión final:
Aprendió que no tienes que sentirte motivado para empezar. Solo tienes que empezar. Porque la acción es muchas veces la chispa que enciende el motor de la motivación.



