¿Por qué creemos que tenemos que tener todo bajo control?

5–7 minutos
  1. El mito del control total
  2. El punto de quiebre
  3. El momento más difícil: aceptar la imperfección
  4. Soltar el control no es rendirse, es confiar
  5. El resultado: una vida más viva, aunque menos predecible
  6. Conclusión: el valor de soltar
    1. Mensaje final

La historia de Natalia: cuando soltar el control se convirtió en un acto de valentía

Natalia tenía 34 años, dos hijos pequeños, un trabajo como diseñadora gráfica freelance y una agenda tan apretada que hasta sus emociones parecían tener hora asignada. Cada día era una carrera: despertarse antes que el resto, preparar desayunos, contestar correos, cumplir con clientes, revisar tareas escolares, hacer compras, cuidar de su madre enferma, y aún así intentar mantener una sonrisa en sus redes sociales.

Por fuera, todo parecía estar «bajo control». Pero por dentro, Natalia vivía con un nudo constante en el estómago.

Lo que Natalia más temía no era el caos. Era parecer débil. Perder el control era sinónimo de fracaso.

Desde adolescente, se había prometido no repetir el modelo emocional de su padre: un hombre impulsivo, inestable, que se dejaba llevar por la rabia o el miedo. Natalia había aprendido a “sostenerlo todo”, incluso cuando no podía más.

Y sin embargo, esa noche, sola en su auto después de una discusión con su pareja, sintió cómo algo dentro de ella se rompía. “No puedo más”, murmuró, con las manos temblorosas aferradas al volante. Las lágrimas que había retenido durante semanas comenzaron a brotar como si su cuerpo hubiera estado esperando ese permiso.

¿En qué momento había empezado a creer que debía ser infalible?

El mito del control total

Lo que Natalia vivía no era un caso aislado. Muchas personas —quizá tú que estás leyendo— cargan con esta creencia silenciosa: “Debo tener todo bajo control”.

Pero, ¿de dónde nace esta exigencia?

Desde la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), se identifican ciertas creencias irracionales que causan sufrimiento emocional. Una de ellas es la exigencia de control y perfección, que dice: “Debo controlar todo lo que ocurre a mi alrededor para estar bien”.

Este pensamiento, aunque suene razonable, es una trampa. Porque cuando la vida inevitablemente se sale del guion —una enfermedad, un cambio inesperado, un error— aparece el catastrofismo, la culpa, el miedo paralizante.

Natalia vivía bajo esta trampa. Y mientras más intentaba controlar, más se consumía por dentro.

El punto de quiebre

Aquel colapso en el auto no fue el final. Fue el inicio de su transformación.

Al día siguiente, después de llevar a sus hijos a la escuela, buscó ayuda. Se encontró con un video sobre la TREC donde escuchó por primera vez algo que le hizo eco: «No sufres por lo que pasa, sino por lo que te dices a ti misma sobre lo que pasa.»

Ese mensaje le cambió algo. Comenzó terapia.

En su primera sesión, el psicólogo le hizo una pregunta inesperada:
—¿Qué pasaría si no tuvieras todo bajo control?

Natalia respondió sin pensar:
—Me derrumbaría. Me juzgarían. Me verían como una mala madre, una mala profesional. Sería un desastre.

El terapeuta tomó nota y le dijo:
—Eso que acabas de decir es la creencia que vamos a trabajar.

Así comenzaron a aplicar el modelo ABC de la TREC:

  • A: El evento activador: perder una entrega de trabajo, una rabieta de su hijo, un desacuerdo con su pareja.
  • B: La creencia: “No puedo fallar. Si no lo tengo todo bajo control, soy débil”.
  • C: La consecuencia: ansiedad, culpa, sobrecarga, irritabilidad.

Y luego vino el paso D: debatir esa creencia. ¿Era lógica? ¿Realista? ¿Le ayudaba en su vida o la hundía más?

El momento más difícil: aceptar la imperfección

El gran reto para Natalia no fue dejar de organizar su agenda ni aprender técnicas de respiración. Fue algo mucho más profundo: aceptar que no necesitaba tener el control para ser valiosa.

Durante una sesión, recordó una escena de su infancia: ella, con 9 años, preparando el desayuno sola porque su madre estaba deprimida. Se prometió nunca “dejar que las cosas se salieran de las manos”.

—“Tenía miedo de que si no lo hacía yo, nadie lo haría”, dijo con la voz quebrada.

El terapeuta le respondió:
—“Tenías 9 años. No era tu responsabilidad. Y hoy, tampoco lo es todo.”

Ese fue su punto de inflexión.

Lloró. Mucho. Pero por primera vez, no se sintió rota. Se sintió humana.

Y esa fue su primera victoria emocional.

Soltar el control no es rendirse, es confiar

A lo largo de las semanas, Natalia comenzó a practicar nuevas creencias racionales:

  • “Preferiría que todo saliera como planeo, pero puedo adaptarme si no ocurre así.”
  • “No soy mis logros. Mi valor no depende de cuán controlada sea mi vida.”
  • “Equivocarme no me hace menos madre, menos mujer, menos persona.”

También aplicó ejercicios concretos de la TREC: escribir sus pensamientos automáticos, debatirlos con lógica, usar el método de la imagen racional emotiva, exponerse a pequeñas imperfecciones intencionalmente (como salir sin maquillaje o posponer una tarea) para comprobar que no pasaba nada catastrófico.

Aprendió que soltar no es renunciar. Es decidir qué merece su energía y qué no.

Un día, su hijo tiró un vaso de jugo en la mesa. En lugar de gritar o tensarse, Natalia respiró hondo y dijo:
—“A veces pasan estas cosas. Vamos a limpiarlo juntos.”

Y en ese gesto simple, sintió una victoria. Una más profunda que cualquier día “perfecto”.

El resultado: una vida más viva, aunque menos predecible

Tres meses después, Natalia no había dejado de tener problemas. Pero ya no se ahogaba en ellos.

Su ansiedad disminuyó. Su cuerpo se sentía más ligero. Su pareja notó que ella sonreía más. Y ella misma se sorprendió de cuánto había postergado su propia alegría esperando que “todo estuviera bajo control”.

Ya no necesitaba tenerlo todo en orden para sentirse en paz. Porque había aprendido algo esencial:

No puedes controlar todo lo que pasa. Pero sí puedes cambiar lo que te dices al respecto.

Conclusión: el valor de soltar

La historia de Natalia es la historia de muchos. De quienes viven atrapados por la ilusión de control, creyendo que si todo está bajo su dominio, podrán evitar el dolor.

Pero como enseña la TREC, el sufrimiento innecesario nace cuando exigimos que la vida sea como creemos que “debería” ser.

Aceptar la realidad, con sus curvas, sus fallas y sus sorpresas, no es resignación. Es libertad.

Y recordar esto puede marcar la diferencia entre vivir en tensión o vivir con sentido.


Mensaje final

Aprender a soltar no es perder. Es ganar espacio para respirar, sentir y vivir.

Entender que no tener todo bajo control no te hace débil. Te hace humano.

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