- La historia de Claudia: Cuando tu mente no puede más
- La revelación que cambió su camino
- El momento más difícil: el silencio
- El clímax: reconectar con lo real
- La transformación de Claudia
- Reflexión final
La historia de Claudia: Cuando tu mente no puede más
Claudia tenía 33 años y trabajaba como diseñadora freelance desde su departamento en la ciudad. Siempre había sido organizada, eficiente y muy conectada. Literalmente. Desde que se despertaba hasta que se acostaba, su mano no soltaba el celular. Revisaba correos, respondía mensajes de clientes por WhatsApp, monitoreaba redes sociales… y en cada “ratito libre”, TikTok o Instagram. Sentía que debía estar disponible todo el tiempo, que si no lo hacía perdería oportunidades, relevancia o incluso amistades.
Un día, mientras preparaba una presentación importante, su mente se bloqueó. No podía concentrarse. Revisaba el teléfono cada cinco minutos sin razón real. Sentía ansiedad sin saber por qué. Dormía mal. Tenía jaquecas. Y algo más: una culpa difusa que no sabía cómo explicar. En su interior una voz susurraba: “No estás rindiendo. Estás perdiendo el control”.
No lo compartió con nadie. Ni con su pareja, ni con sus amigos. Era “una tontería”, se decía. Todos usaban el celular todo el día. Era normal. Pero entonces, una tarde mientras intentaba meditar con una app de mindfulness, estalló en llanto. “No puedo seguir así”, se dijo entre lágrimas.
La revelación que cambió su camino
Claudia buscó ayuda. Dio con un terapeuta especializado en TREC. En su primera sesión, tras contar su rutina diaria, el terapeuta le dijo algo que la desarmó:
—Claudia, no tienes un problema de productividad. Estás atrapada en una exigencia irracional de estar siempre conectada, como si tu valor dependiera de no perderte nada.
Esa frase la golpeó. Por primera vez, entendió que no era una adicta a la tecnología por capricho. Era una mezcla de miedo, autoexigencia y creencias irracionales: “Debo responder al instante”, “No puedo desconectarme o pensarán que soy irresponsable”, “Si no me ven activa, me olvidan”.
El terapeuta le explicó el modelo ABC de la TREC. Identificaron las “A”: el sonido de una notificación, una historia popular en Instagram, un mensaje sin responder. Las “B”: pensamientos como “tengo que contestar ya”, “no puedo perderme esto”, “es terrible no estar al tanto”. Y la “C”: ansiedad, bloqueo, insomnio.
Claudia se sintió aliviada. Por primera vez entendía que podía cambiar.
El momento más difícil: el silencio
El terapeuta le propuso un reto: un detox digital de 72 horas.
El primer día, Claudia casi se desespera. Cada dos minutos buscaba el celular por reflejo. Su mente le gritaba: “¡Estás perdiendo el control! ¡Esto no es normal!”. El miedo a perder algo importante la tenía tensa, irritada, inquieta.
Pero entonces recordó una técnica de debate racional que había practicado: “¿Dónde está escrito que debo responder todo de inmediato?”, se preguntó. “¿Es útil este pensamiento para mi salud mental? ¿O me está hundiendo más?”
Se obligó a escribir sus nuevas creencias racionales en una hoja:
- «Preferiría estar al tanto, pero no necesito saberlo todo ahora.»
- «No es terrible estar desconectada, es necesario para recargarme.»
- «Mi valor no depende de mi presencia digital.»
Repitió esas frases como mantras. Al segundo día, empezó a respirar mejor. Miró por la ventana y vio el cielo sin sentir culpa. Leyó un libro sin interrupciones. Cocinó escuchando música. El tercer día, durmió profundamente por primera vez en semanas.
El clímax: reconectar con lo real
La noche del tercer día, Claudia escribió en su diario: “No sabía que el silencio podía ser tan sanador. No sabía que podía sentirme tan viva sin estar conectada a nada”.
Volvió al trabajo, pero esta vez con reglas: horario fijo para revisar mensajes, notificaciones limitadas, un día sin pantallas cada semana. No fue perfecta, pero aprendió a perdonarse cuando recaía.
Aplicó una filosofía nueva: aceptación incondicional de sí misma, de los demás y de la vida. Como enseñaba su terapeuta TREC, no se trataba de desconectarse para siempre, sino de elegir cómo conectarse… y con qué propósito.
La transformación de Claudia
Hoy Claudia sigue trabajando como diseñadora. Ama su trabajo. Usa la tecnología, claro, pero ya no es esclava de ella. Su bienestar dejó de estar condicionado a un “me gusta” o a un mensaje sin leer.
Y lo más importante: Claudia aprendió que puede vivir en el mundo digital sin perder su mundo interior.
Reflexión final
Claudia entendió que un detox digital no es solo apagar el teléfono. Es reconectar con uno mismo. Es dejar de vivir para las notificaciones y empezar a vivir para lo que importa.
Como enseña la Terapia Racional Emotiva Conductual, la clave no está en el mundo, sino en cómo lo interpretamos. Y en esa interpretación, está tu libertad.
Moraleja: Aprendió que su valor no depende de estar disponible 24/7, sino de estar presente consigo misma. Entendió que desconectarse no es perder, es ganar espacio mental para lo que realmente importa.
¿Y tú? ¿Cuándo fue la última vez que estuviste realmente presente?



