¿Por qué el cerebro ama complicarlo todo? Guía rápida para simplificar tu vida

4–6 minutos

  1. El nudo en la garganta de Sofía
  2. El caos no está afuera, sino adentro
  3. Cuando tu mente es una oficina de control caótico
  4. El punto de inflexión: cambiar cómo pensaba, no lo que pasaba
  5. La escena que lo cambió todo
  6. ¿Qué aprendió Sofía?
  7. ¿Cómo puedes empezar tú a simplificar tu vida?
  8. Conclusión: No eres raro, eres humano
    1. ¿Y tú? ¿Qué creencia podrías empezar a cuestionar hoy?

El nudo en la garganta de Sofía

Sofía tenía 34 años, una hija pequeña, un trabajo de oficina estable y una lista interminable de cosas pendientes. Desde afuera, todo parecía estar “en orden”. Pero por dentro, sentía que vivía en una maraña constante. Cada decisión, por pequeña que fuera —qué ropa ponerse, qué correo responder primero, qué hacer de cena— se sentía como si cargara el peso del mundo.

La frase que más repetía en su cabeza era: “¿Y si me equivoco?”

Un día, su hija de 5 años la miró y le dijo:
—Mamá, ¿por qué estás siempre tan cansada?

Esa pregunta le dolió más que cualquier junta con su jefe. Porque, en el fondo, no era el trabajo, ni las tareas. Era su mente la que estaba agotada de pensar todo el tiempo.


El caos no está afuera, sino adentro

A los pocos días, Sofía llegó a su límite. Lloró en silencio en el baño de su oficina. Se preguntó: “¿Por qué me siento tan abrumada si nada grave está pasando?”. Entonces, por recomendación de una compañera, comenzó terapia. Allí conoció algo que cambió su forma de pensar: la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC).

La psicóloga le explicó que su malestar no venía directamente de lo que ocurría, sino de lo que pensaba sobre lo que ocurría. Su cerebro, como el de muchos, tendía a complicar las cosas: veía amenazas donde no las había, exigencias donde bastaba con preferencia, y peligros donde solo había incertidumbre.


Cuando tu mente es una oficina de control caótico

La terapeuta le propuso un ejercicio sencillo. Tomaron una situación concreta: su estrés al llegar un nuevo proyecto en el trabajo. Y aplicaron el modelo ABC de la TREC:

  • A (Acontecimiento): Me asignaron una nueva responsabilidad.
  • B (Creencia): “No puedo fallar, tengo que hacerlo perfecto. Si no, van a pensar que soy inútil.”
  • C (Consecuencia): Ansiedad, presión, insomnio, bloqueo mental.

Sofía se dio cuenta de que no era el proyecto el problema… sino su exigencia irracional de perfección.

Y no era la primera vez: lo mismo pasaba con ser “la mamá ideal”, “la amiga que siempre está” o “la hija que no decepciona”. En todos los casos, su mente había creado un estándar inalcanzable y la mantenía atrapada.


El punto de inflexión: cambiar cómo pensaba, no lo que pasaba

Un día, después de una sesión particularmente intensa, su terapeuta le dijo:
—Sofía, tu mente funciona como un software sobrecargado. Vamos a hacer una “actualización de sistema”.

Empezaron a cuestionar sus creencias con preguntas racionales:

  • ¿Dónde está escrito que tengo que ser perfecta?
  • ¿Qué evidencia hay de que me van a rechazar si cometo un error?
  • ¿Es útil pensar así? ¿Me ayuda o me paraliza?

Poco a poco, Sofía empezó a reemplazar el “debo ser perfecta” por “me gustaría hacerlo bien, pero si no sale perfecto, sigo siendo valiosa”. Y esa frase, tan simple, fue como quitarse una mochila invisible del alma.


La escena que lo cambió todo

Dos semanas después, llegó una nueva situación desafiante: una presentación de última hora. Antes, Sofía habría entrado en pánico. Pero esta vez, respiró hondo, escribió sus ideas en una hoja, y se dijo:
—No tiene que salir perfecto, solo tiene que salir suficientemente bien.

Dio la presentación. Hubo errores menores. Pero sobrevivió. Se sintió libre. Era la primera vez que no se juzgaba por cada palabra que decía.

Al llegar a casa, su hija corrió a abrazarla. Y por primera vez en mucho tiempo, Sofía no tenía la cabeza en mil pensamientos. Solo estaba ahí. Presente. Viva. Tranquila.


¿Qué aprendió Sofía?

Que el cerebro ama complicarlo todo porque intenta protegernos, pero se equivoca al pensar que todo es una amenaza. Que detrás del perfeccionismo, el control y la preocupación excesiva, hay creencias irracionales que pueden cambiarse.

Y sobre todo, que simplificar no es ignorar los problemas. Es aprender a verlos con otros ojos.


¿Cómo puedes empezar tú a simplificar tu vida?

  1. Detecta tu “B”: ¿Qué te dices a ti mismo cuando te sientes mal? Identifica tus creencias ocultas. ¿Estás exigiéndote perfección? ¿Estás suponiendo catástrofes?
  2. Cuestiónalas: ¿Es realista ese pensamiento? ¿Te sirve? ¿Podrías pensar algo más útil?
  3. Reescribe tu diálogo interno: Usa frases como “Me gustaría…”, “Preferiría que…”, “No me agrada, pero puedo soportarlo”.
  4. Acepta la incomodidad: La vida tiene partes incómodas, no es necesario resistirse a todas. No todo es terrible.
  5. Recuerda que eres falible y valioso al mismo tiempo: Cometer errores no te define. Tu valor no depende de tus logros.

Conclusión: No eres raro, eres humano

Si alguna vez has sentido que tu mente es un laberinto sin salida, no estás solo. Nuestro cerebro, diseñado para sobrevivir, tiende a dramatizar, anticipar y exigir. Pero con ayuda, conciencia y nuevas herramientas como la TREC, podemos aprender a simplificar desde dentro.

Porque como descubrió Sofía: vivir no es resolver todo, sino dejar de complicarlo todo.


¿Y tú? ¿Qué creencia podrías empezar a cuestionar hoy?


¿Te gustó esta historia? Compártela con alguien que también esté atrapado en su mente. A veces, una nueva forma de pensar es el primer paso hacia una vida más liviana.


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