A veces, sentirse «no suficiente» duele más que una herida física.
Eso era lo que pensaba Mariana mientras se miraba en el espejo del baño de su oficina. Su jefe acababa de cuestionar una presentación que ella había preparado durante días, y aunque no la había descalificado directamente, bastó una frase —“esperaba más”— para que el eco de inseguridad la desbordara. En segundos, su mente llenó los espacios vacíos con conclusiones demoledoras: “Nunca soy suficiente. No importa cuánto me esfuerce, siempre fallaré.”
Quién es Mariana
Mariana tiene 32 años, trabaja como diseñadora en una agencia de marketing y, desde afuera, parece tenerlo todo bajo control: responsable, creativa, comprometida. Pero por dentro carga con una sensación persistente de no estar a la altura. Lo que más desea es sentirse valorada —por su jefe, por su pareja, por su familia— pero, sobre todo, por ella misma. Sin embargo, una y otra vez se sabotea con pensamientos como “los demás son mejores que yo” o “tarde o temprano descubrirán que no soy tan buena como creen.”
El día que todo se quebró
Aquel día en la oficina fue el punto de quiebre. No porque su jefe la gritara o humillara, sino porque tocó una herida ya abierta: el miedo a no ser suficiente. Al llegar a casa, Mariana se encerró en su cuarto, desconectó el celular y dejó que su mente se llenara de juicios crueles.
“¿Qué sentido tiene todo si nunca hago nada bien? Soy una decepción.”
Lo más difícil no era la tristeza, sino el enojo hacia sí misma por sentirla. Una doble condena: por no ser perfecta y por no saber manejarlo.
El origen invisible de la herida
Mariana no sabía que, en realidad, su dolor no venía del comentario de su jefe, sino de algo más profundo: una creencia irracional. Según la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), las emociones negativas intensas no surgen directamente de lo que pasa (el hecho), sino de cómo interpretamos ese hecho. En este caso, Mariana no solo interpretó la frase de su jefe como una crítica, sino como una confirmación de su miedo: “No soy suficiente, y nunca lo seré.”
Esa es una de las creencias más comunes pero también más destructivas: confundir el valor de lo que uno hace con el valor de lo que uno es.
La transformación comenzó en lo más difícil
Esa noche, algo cambió. Mariana recordó una conversación con su terapeuta semanas atrás, donde hablaron sobre cuestionar los pensamientos automáticos. Tomó su cuaderno de terapia y leyó una frase que le había llamado la atención:
“No tienes que ser perfecta para tener valor. Tu valor no está en tu rendimiento, está en tu humanidad.”
Con lágrimas en los ojos, Mariana escribió:
- ¿Dónde está escrito que debo hacerlo perfecto?
- ¿Cuántas veces he hecho algo bien y aun así me he juzgado?
- ¿Qué le diría a una amiga en mi lugar?
Por primera vez en mucho tiempo, no buscó un logro, sino una comprensión. Decidió que al día siguiente hablaría con su jefe para pedir retroalimentación concreta en lugar de esconderse. Se sentía vulnerable, pero también más libre.
El momento clave: enfrentar el miedo desde otra perspectiva
Al día siguiente, Mariana respiró hondo antes de tocar la puerta de su jefe. Le pidió unos minutos para hablar de su presentación. En vez de justificar o disculparse, simplemente dijo:
—Quiero aprender de esto. ¿Qué te pareció que faltó?
El jefe, sorprendido por su actitud abierta, le explicó que el contenido estaba bien, pero que podría estructurarlo mejor para presentaciones de clientes externos. En ningún momento la desvalorizó. Al contrario, le agradeció la iniciativa de buscar mejorar.
Mariana salió de la oficina con un nudo menos. Había enfrentado su miedo no para complacer a los demás, sino para crecer desde el respeto a sí misma.
El verdadero cambio emocional
Ese día, Mariana comprendió algo esencial: ella no era su error, ni su éxito. Era una persona en proceso. Aprendió que podía tener preferencias sin convertirlas en exigencias absolutas. Que querer hacerlo bien no tenía que transformarse en “si no lo hago perfecto, no valgo.”
Aprendió a reemplazar pensamientos como:
- “Debo ser perfecta”
por
“Prefiero hacerlo bien, pero puedo fallar y seguir aprendiendo.” - “Si no lo logro, soy un fracaso”
por
“No me gusta equivocarme, pero un error no me define.”
Desenlace: otra forma de mirarse
Pasaron semanas. Mariana todavía tiene días en los que la inseguridad aparece. Pero ahora tiene herramientas: se detiene, cuestiona sus pensamientos, recuerda sus logros y, sobre todo, su valor como persona. Ha empezado a validar sus esfuerzos y no solo sus resultados. Agradece cuando alguien la reconoce, pero ya no lo necesita para sentirse digna.
Mensaje final
Mariana aprendió que no tienes que sentirte suficiente para empezar a actuar como alguien que lo es.
A veces el sentimiento vendrá después de los pasos. A veces bastará con que te trates con la misma compasión que ofreces a los demás.
“Descubrió que su valor no dependía de sus errores ni de la mirada ajena. Simplemente estaba ahí, intacto. Solo necesitaba dejar de taparlo con juicios para poder verlo.”
Moraleja psicológica
No eres tus logros, ni tus fracasos. Eres alguien que merece respeto por el simple hecho de existir.
La autoaceptación incondicional no es resignación, es el punto de partida real para cualquier cambio duradero.
¿Y tú? ¿Qué podrías empezar a cambiar si no necesitaras demostrar que vales?
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