Cuando el mundo cambia… y tú no sabes si puedes seguirle el paso
Alicia tenía 54 años y una rutina grabada a fuego: despertador a las 6:30, desayuno de siempre, viaje al trabajo con los mismos audios motivacionales, y una jornada laboral en la misma oficina donde llevaba 26 años. No era infeliz, pero tampoco estaba en paz. Desde que sus hijos se independizaron y su marido comenzó a viajar por trabajo, se había quedado sola con una pregunta: “¿Y ahora qué soy yo, si todo lo que me definía cambió?”
Había intentado ignorar esa sensación, diciéndose a sí misma que “ya estaba grande para cambiar”, que “esas cosas son para los de 30”, pero algo en su interior no dejaba de incomodarla. Era una mezcla entre frustración y vacío. Miraba su reflejo y sentía que no lo reconocía.
El quiebre que no pidió, pero necesitaba
Una mañana cualquiera, durante una reunión de trabajo, su jefe anunció que la empresa cerraría su oficina local y que todos debían adaptarse a un nuevo modelo digital. Alicia sintió que el suelo se le hundía. ¿Trabajar desde casa, usar nuevas plataformas, liderar proyectos en línea? La ansiedad le subió a la garganta. De regreso a casa, las lágrimas se le escaparon sin permiso. “No puedo con esto… estoy vieja para aprender otra vez”, se repitió.
Pero esa noche, mientras hablaba por videollamada con su hija, algo cambió. Su hija, con voz firme pero dulce, le dijo: “Mamá, siempre me enseñaste que no somos lo que nos pasa, sino lo que hacemos con eso. No te rindas ahora. Reinventarte no es traicionar lo que fuiste, es descubrir todo lo que aún puedes ser”.
El comienzo del cambio: cuando el miedo se transforma en curiosidad
Alicia decidió hacer algo que nunca había considerado: buscar ayuda profesional. En sus sesiones de terapia, comenzó a trabajar con un modelo que le abrió los ojos: la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). Descubrió que gran parte de su angustia venía de exigencias internas como: “debo estar siempre segura de todo”, “no puedo equivocarme a esta edad” o “si cambio ahora, seguro fracasaré”. Aprendió que estas creencias, aunque comunes, eran profundamente irracionales y que podía desafiarlas.
Con ejercicios concretos empezó a reemplazarlas por otras más realistas: “Preferiría no equivocarme, pero puedo soportarlo si pasa”, “no soy mis errores, soy alguien que aprende”, “reinventarme puede darme nuevas alegrías”.
Dudar no es fracasar. Es parte del proceso
Hubo recaídas. Días donde se decía a sí misma que todo era inútil. Como cuando abrió su primer archivo en la nueva plataforma digital y no entendió nada. Cerró la laptop y lloró de frustración. Pero en vez de detenerse ahí, aplicó una de las técnicas vistas en terapia: respiró, escribió lo que sentía, y se preguntó: “¿Esta emoción es sana o insana? ¿Qué me diría mi yo racional en este momento?”
La respuesta fue clara: “Es normal sentirse frustrada cuando algo es nuevo. Pero ya aprendiste otras cosas difíciles antes. Puedes con esto también”.
Y así, con tropiezos, fue reconstruyendo su autoconfianza. Se inscribió en un curso online de habilidades digitales para mayores de 50. Volvió a bailar los sábados. Rediseñó su CV y, por primera vez en su vida, se atrevió a grabar un video de presentación para un nuevo proyecto freelance.
Clímax: el día en que volvió a sentirse viva
La transformación real no llegó cuando recibió un pago o un reconocimiento externo. Llegó una tarde, mientras enseñaba a una compañera más joven cómo usar una herramienta de gestión de tiempo que ella misma había aprendido semanas atrás.
Esa noche se miró al espejo, se sonrió y dijo: “Alicia, no sabías que podías hacerlo… pero lo hiciste”.
Desenlace: vivir no es aferrarse, es fluir
Hoy Alicia no es otra persona. Es más ella que nunca. Tiene arrugas, sí. Pero también tiene menos miedo. No cambió porque la vida la obligó, cambió porque eligió no quedarse congelada.
Mensaje final
Reinventarte no significa borrar lo que fuiste, sino agregar nuevas versiones de ti. Nunca es tarde para transformarte si estás dispuesto a cuestionar tus miedos y abrirte a lo desconocido.
Porque no hay edad para florecer. Solo ganas de volver a sembrarte.
Psicólogo en línea 