Cómo aprender a confiar en ti otra vez después de fallarte muchas veces

4–6 minutos

El día que Martina ya no se creyó capaz de levantarse

Martina tenía 33 años, trabajaba como diseñadora freelance desde su pequeño departamento y había perdido la cuenta de cuántas veces había empezado un proyecto con entusiasmo… solo para dejarlo a medias. Se decía cosas como “esta vez sí lo haré bien” o “no voy a volver a autosabotearme”. Pero una y otra vez, los mismos patrones se repetían. Abandonos. Culpa. Promesas rotas consigo misma.

Ese lunes, cuando su despertador sonó a las 8:00 a. m., simplemente no pudo moverse. No era cansancio físico. Era algo más profundo, como una tristeza mezclada con decepción crónica. Miró al techo y pensó:

—No sé cómo confiar en mí otra vez.

Porque no se trataba de un solo fracaso. Eran años de decisiones postergadas, metas saboteadas, intentos inconclusos y, lo más duro, palabras que no había cumplido. No hacia otros. Hacia sí misma.

El conflicto: perder la confianza en uno mismo

Cuando la confianza se rompe con alguien más, buscamos una disculpa, una conversación o tiempo. Pero ¿qué pasa cuando es con uno mismo? ¿Cómo se recupera lo que parece haberse erosionado con cada excusa, cada abandono y cada “mañana empiezo”?

Martina se sentía atrapada en un ciclo sin salida. Cuanto más intentaba cambiar, más sentía que fallaba. Y cuanto más fallaba, más se convencía de que no era de fiar.

—¿Cómo voy a empezar de nuevo si ya me fallé tantas veces? —se repetía.

Ese pensamiento, aunque muy común, es profundamente dañino. En lenguaje de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), es una creencia irracional basada en exigencias absolutistas y condenas globales: “debería haberlo logrado”, “si fallo es porque soy débil”, “no puedo confiar en mí”.

El punto de quiebre

Una noche, mientras lavaba los platos, Martina tuvo una pequeña crisis. No era de esas grandes, con llanto desconsolado. Era algo más silencioso. Sintió un nudo en la garganta, dejó caer un plato sin querer, y murmuró:

—Ya no me soporto.

Fue entonces cuando, en un acto casi impulsivo, abrió su laptop y buscó: “cómo dejar de decepcionarme a mí misma”.

Leyó sobre autoaceptación, sobre la TREC, sobre cómo nuestras emociones no dependen tanto de lo que vivimos, sino de cómo interpretamos lo que vivimos. Descubrió que no era débil. Solo estaba atrapada en una narrativa que podía reescribir.

Y eso lo cambió todo.

La transformación empieza con una verdad incómoda: no necesitas ser perfecta para confiar en ti

Martina comenzó una terapia. Su psicóloga le explicó el modelo ABC de la TREC:

  • A: Acontecimiento activador (ej. no entregar un proyecto a tiempo).
  • B: Creencia (ej. “soy un desastre, no tengo disciplina, nunca cambiaré”).
  • C: Consecuencia emocional y conductual (culpa, bloqueo, evitación).

—La emoción no viene del hecho, sino de lo que te dices sobre el hecho —le explicó la terapeuta.

En otras palabras, no era que fallar la hacía inútil. Era que se decía a sí misma que, al fallar, lo era. Ese juicio la hundía más que el error mismo.

A través de sesiones, tareas y ejercicios (como escribir sus pensamientos irracionales y debatirlos racionalmente), Martina comenzó a cuestionar su guion interno. Empezó a cambiar los “soy un fracaso” por “esto no salió como quería, pero puedo aprender”. Los “no puedo” por “me costará, pero es posible”.

El punto de inflexión: elegir la autoaceptación

Una mañana, tras un nuevo intento de retomar su rutina de trabajo, se encontró postergando una tarea. Durante unos segundos sintió la vieja punzada de fracaso inminente. Pero esta vez, respiró y se dijo:

—Fallé muchas veces, sí. Pero también estoy aquí, intentando de nuevo. Y eso es confiar.

Ese día, no lo hizo todo perfecto. Pero hizo algo. Y no se castigó por lo que no logró. Se reconoció por lo que sí.

Fue ahí cuando empezó a construirse la verdadera confianza: no desde la exigencia, sino desde la aceptación. No desde el miedo al error, sino desde la voluntad de volver a intentarlo.

El clímax: una promesa distinta

Martina no volvió a prometerse que nunca más fallaría. Esa clase de promesas absolutistas solo alimentan la frustración. En cambio, se prometió otra cosa:

—Voy a estar para mí, incluso cuando me equivoque.

Fue en esa declaración donde encontró la libertad emocional que tanto necesitaba. Porque la verdadera confianza no nace del éxito constante, sino de la capacidad de sostenerse con amabilidad incluso después del error.

Desenlace: cuando confiar ya no se trata de no fallar, sino de seguir caminando

Meses después, Martina seguía teniendo días difíciles. Pero algo había cambiado radicalmente: ya no se decía cosas crueles. Ya no usaba el pasado como condena. Ahora era una guía.

Había aprendido que confiar en uno mismo no es creerse infalible. Es saber que, aunque tropieces, volverás a levantarte.

Con cada decisión, cada pequeño acto de autocuidado, reconstruía una relación más sana consigo misma. Y lo más hermoso: ya no necesitaba sentirse inspirada para actuar. Actuaba, y eso fortalecía su confianza.

Reflexión final: La confianza no se recupera esperando sentirla. Se reconstruye actuando con compasión.

Martina entendió que no había que esperar a “sentirse lista” para actuar. Que el sentimiento de confianza venía después de hacer, no antes. Y que no importa cuántas veces uno se haya fallado si se está dispuesto a intentarlo de nuevo, desde un lugar de amor y no de juicio.

Porque confiar en ti otra vez no es olvidar tus errores. Es dejar de usarlos como excusa para no avanzar.


Mensaje final claro: Aprendió que no necesita ser perfecta para confiar en sí misma. Entendió que el error no la define, y que la compasión hacia uno mismo es el verdadero punto de partida para sanar.



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