Cómo encontrar propósito en lo que haces (incluso si no es tu trabajo ideal)

3–5 minutos

Cuando el despertador pesa más que el sueño

A veces, despertar es un acto de valentía. Eso pensaba Mariana cada mañana, justo después de apagar su despertador a las 6:10 a.m. Tenía 32 años, era asistente administrativa en una empresa de seguros y, en teoría, no le faltaba nada. Pero cada día se preguntaba lo mismo: “¿Esto es todo?”. No odiaba su trabajo, pero tampoco lo amaba. Sentía que su vida era una fotocopia, repetida, predecible, sin tinta emocional.

Mariana no soñaba con lujos ni fama. Solo quería sentir que lo que hacía tenía sentido. Que su tiempo valía algo más que un sueldo.

La semilla de la insatisfacción

Un viernes por la tarde, mientras archivaba reportes de siniestros, le llegó un correo que no tenía que ver con números ni clientes. Era de una compañera: “Gracias por ayudarme con mi presentación. No sabes cuánto me salvaste. Me diste paz.”

Mariana sonrió. Algo dentro de ella se encendió. No era el típico “buen trabajo” del jefe. Era algo más íntimo, más real. Una señal.

Pero el lunes todo volvió a lo mismo: llamadas, correos, reuniones sin alma. El momento de claridad se había esfumado. La tristeza regresó. Empezó a pensar que algo estaba mal en ella. “¿Por qué me cuesta tanto ser feliz con lo que tengo?” pensaba.

El punto de quiebre

Una noche, después de llorar en silencio en la ducha, buscó ayuda. Encontró un taller online de terapia racional emotiva. No esperaba milagros. Solo necesitaba entender por qué se sentía tan vacía.

En una de las sesiones, el terapeuta planteó una pregunta:
“¿Y si el propósito no es algo que encuentras, sino algo que eliges dar?”

Eso la sacudió.

Había creído que el sentido llegaría un día como una revelación. Pero ¿y si estaba en sus manos darle sentido a lo que ya hacía?

Redefiniendo la narrativa

Mariana comenzó a observar sus días con nuevos ojos. Notó que cuando organizaba los reportes con esmero, sus compañeros trabajaban mejor. Que cuando respondía llamadas con paciencia, algunos clientes se relajaban. Que cuando decoraba el boletín mensual con frases alentadoras, varios se lo agradecían.

No era un trabajo ideal. Pero sí podía ser un terreno fértil para sembrar conexión, ayuda, belleza, calma.

Empezó a decirse frases nuevas:
“Puedo elegir cómo vivir lo que hago.”
“No necesito un gran título para tener un impacto.”
“Mi propósito no depende de mi puesto, sino de mi actitud.”

Con la ayuda de las herramientas de la TREC, identificó creencias que la saboteaban:
“Necesito amar mi trabajo para sentirme realizada.”
“Estoy perdiendo el tiempo si no hago algo trascendental.”
Las desafió. Las debatió. Las reemplazó por pensamientos más flexibles y realistas.

El momento de transformación

Un día, una colega del área de ventas tuvo un ataque de ansiedad antes de una reunión. Mariana, sin ser terapeuta, la acompañó, respiraron juntas, le dio un té y le repitió palabras que había aprendido para sí misma:
“No tienes que hacerlo perfecto, solo estar presente. Eso ya vale.”

La reunión salió bien. Y su compañera, al final, le dijo con lágrimas contenidas: “No sé qué habría hecho sin ti hoy.”

Ese fue el momento. No el más visible. No el más celebrado. Pero fue el momento en que Mariana supo que lo que hacía —aunque no fuera su sueño— podía ser profundamente valioso.

Lo que vino después

Mariana no renunció. Tampoco se convirtió en coach ni escribió un libro. Pero cambió. Su forma de estar en el mundo laboral dejó de ser automática y pasó a ser consciente. Comenzó a crear pequeños rituales: escribir tres intenciones al día, ayudar a un compañero sin que se lo pidan, dejar notas amables en la cocina de la oficina.

Un año después, la invitaron a liderar el comité de bienestar interno. A veces el universo responde cuando uno cambia desde adentro.

Reflexión final

Encontrar propósito no siempre significa cambiar de rumbo. A veces significa cambiar de mirada. Mariana entendió que su trabajo no era su cárcel, sino su lienzo. Que el sentido no estaba escondido en otro país, otra empresa u otra vida… sino en los pequeños actos de todos los días.


¿Qué puedes aprender de Mariana?

A veces creemos que solo seremos felices cuando hagamos “lo que amamos”. Pero eso puede paralizarnos o hacernos sentir que fallamos si aún no lo conseguimos. La Terapia Racional Emotiva nos enseña que:

  • Podemos elegir dar significado a lo que hacemos hoy.
  • No necesitamos condiciones perfectas para sentirnos valiosos.
  • La autoaceptación incondicional y la flexibilidad mental son claves para reducir el sufrimiento innecesario.
  • El cambio no siempre es externo. Muchas veces es interno, silencioso… pero profundamente liberador.

Porque a veces, el propósito no se encuentra. Se construye.


¿Te sentiste identificado? ¿Estás en un trabajo que no te llena? Tal vez no necesitas cambiar de trabajo aún. Tal vez necesitas empezar por cambiar de perspectiva.


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