¿Alguna vez te has sentido atrapado en una carrera invisible? Como si cada paso que das fuera observado por un juez imaginario que evalúa tu valor según lo que logras, cuánto rindes o a quién impresionas. Bienvenido a la trampa de vivir para demostrar. Esa pequeña voz en tu cabeza que dice: “Debo hacerlo perfecto, o no valgo nada”. Esa idea irracional que nos empuja a buscar aprobación constante, a sacrificar nuestro bienestar por una medalla que nunca llega.
Albert Ellis diría: eso es exigencia de perfección y aprobación. Una receta infalible para el sufrimiento. No es que esté mal querer mejorar o ser reconocido. El problema es cuando creemos que necesitamos demostrar algo para ser alguien. Como si nuestra dignidad dependiera de la mirada de los demás o de un estándar imposible.
Pero… ¿y si lo haces por ti? ¿Por amor propio?
¿Y si, en lugar de exigirte demostrar tu valía, decides vivirla?
¿Qué pasaría si cambiaras el “debo ser exitoso o no valgo” por “prefiero hacer esto bien, pero sigo siendo valioso aunque no lo logre”?
La TREC nos invita a desmontar las falsas necesidades: no necesitas demostrar nada. Puedes desearlo, preferirlo, pero no es una obligación cósmica. Tu valor no se gana. Ya lo tienes, simplemente por ser tú. Eres una persona con virtudes y errores, como todos. Y eso está bien.
Hazlo por ti. Por curiosidad. Por pasión. Por crecer.
Hazlo porque quieres ver hasta dónde llegas, no para que otros lo aplaudan.
Y si lo aplauden, genial. Y si no, también.
No necesitas demostrar quién eres. Ya lo eres.
¿Te animas a repetir esta autoafirmación racional?
“Mi valor no depende de lo que demuestro. Hago lo mejor que puedo, porque lo elijo, no porque lo necesite.”



