1. Prólogo emocional: Cuando todo se viene abajo
Alicia tenía 36 años, una hija de ocho, un trabajo estable y un cuerpo que nunca fue fan del gimnasio. Siempre decía que ella era «de cerebro, no de piernas». Pero cuando su relación de diez años terminó abruptamente, la estabilidad que creía tener se hizo trizas. Empezó a dormir mal, se sentía agotada todo el día, y cada pequeña tarea le pesaba como si arrastrara piedras invisibles.
La ansiedad se coló como una gotera constante: pensamientos de fracaso, culpa y soledad. Una amiga le sugirió que probara «mover el cuerpo» para salir del bache. Alicia se rió: «¿Ejercicio? Lo último que quiero es sudar para nada». Pero con el tiempo, el dolor emocional fue tan profundo que aceptó hacer algo, lo que fuera.
2. El primer paso: Un cuerpo que no quiere y una mente que se rinde
Fue una caminata de diez minutos. Diez minutos en los que el viento le pegaba en la cara y la mente repetía: «Esto es ridículo. Estoy tan rota que ni caminar puedo sin llorar». Pero volvió a hacerlo al día siguiente. Y al siguiente. Sin saberlo, estaba haciendo algo más que mover sus piernas: empezaba a cambiar sus creencias internas sobre lo que podía y no podía soportar.
En TREC (Terapia Racional Emotiva Conductual), esto se llama trabajar la tolerancia a la frustración. Alicia había pensado: «No puedo con esto», «No soporto sentirme así». Pero al caminar, aunque fuera por pocos minutos, estaba desafiando esas creencias. Su cuerpo era el vehículo, pero el verdadero viaje era mental.
3. La transformación lenta e invisible: No solo músculos
Con el tiempo, caminatas se volvieron trotes suaves. Los pensamientos «esto es tonto» se transformaron en «hoy me siento un poco mejor». Se dio cuenta de que esos 20 minutos al día eran los únicos donde su mente dejaba de latiguearla. No pensaba en su ex, ni en la culpa, ni en todo lo que había fallado. Solo en poner un pie delante del otro.
Según la TREC, nuestras emociones vienen de lo que nos decimos a nosotros mismos. Alicia empezó a reemplazar pensamientos catastrofistas como «mi vida se acabó» por otros más racionales: «Estoy en duelo, pero tengo recursos para salir de esto». Empezó a notar que, después de correr, podía hablarse con menos crueldad. Su crítico interno se había quedado sin aliento.
4. El momento de quiebre: Cuando correr no era por ejercicio, sino por dignidad
Un día, mientras trotaban por el parque, su hija cayó al suelo. Alicia corrió hacia ella sin pensar. La alzó, le calmó el llanto, y se dio cuenta de algo: ya no se sentía frágil. Ya no se decía «no puedo con esto». Su cuerpo había cambiado, sí. Pero sobre todo, su mente ya no era una trinchera de exigencias y condenas.
Se miró al espejo ese día y por primera vez no pensó «me veo mal». Pensó: «Merezco cuidarme». Fue el pensamiento más revolucionario de su vida.
5. Epílogo: La mente también entrena
Hoy Alicia sigue corriendo tres veces por semana. No para bajar de peso ni para presumir en redes. Corre porque es su ritual de salud mental. Porque descubrió que el ejercicio le da estructura, endorfinas y una especie de ancla cuando las emociones se desordenan.
Aprendió que el bienestar emocional no es solo introspección ni afirmaciones en el espejo. A veces empieza por ponerse los tenis. Por dar una vuelta a la manzana aunque esté lloviendo. Por dejar de esperar a «tener ganas» para actuar.
6. Mensaje final: Tu cuerpo es una puerta para sanar tu mente
Alicia comprendió que el ejercicio no era para cambiar su cuerpo, sino para recordar su poder. Que moverse la ayudaba a silenciar las voces irracionales que decían «no vales» o «deberías estar mejor». Aplicó sin saberlo uno de los principios de la TREC: cambiar el hacer para modificar el pensar.
Moraleja: No tienes que esperar a sentirte bien para empezar a moverte. Moverte puede ser precisamente lo que te haga empezar a sentirte mejor.
Y eso también es terapia.



