La historia de Marcos: el día que su rabia casi arruina su vida
Marcos tenía 34 años, una pareja estable, un trabajo decente y un auto con el que soñó durante años. A primera vista, todo parecía estar en orden. Pero dentro de él se libraba una batalla silenciosa.
Cualquier crítica —por más pequeña— lo hacía estallar. Si alguien le cerraba el paso en la carretera, gritaba y golpeaba el volante. Si su pareja le pedía que bajara el volumen, respondía con ironías o portazos. A veces no sabía ni por qué reaccionaba así… solo sentía un fuego en el pecho que explotaba antes de que pudiera pensar.
Una tarde cualquiera, volvió a casa después de una reunión tensa en el trabajo. Iba rumiando frases en su cabeza: «Siempre me buscan para lo peor», «No puedo seguir así». Al llegar, su pareja le dijo con calma:
— «¿Podrías sacar la basura? Hace rato te lo pedí».
Marcos explotó. «¡¿Ahora me reclamas por eso?! ¡No ves todo lo que hago!». Gritó, tiró la mochila al suelo y se encerró en la habitación, temblando, con el corazón latiendo como tambor. Al otro lado de la puerta, su pareja lloraba en silencio. Y él… él se sintió vacío.
Cuando no entiendes tu emoción, ella te maneja
Ese día fue un punto de quiebre. Marcos no entendía cómo algo tan mínimo podía detonar reacciones tan grandes. Fue ahí cuando decidió pedir ayuda psicológica.
En sus primeras sesiones, descubrió algo que cambiaría su vida: la emoción no es el problema, sino cómo la interpretamos y cómo actuamos ante ella.
Su terapeuta le presentó el modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC):
- A: Algo pasa (por ejemplo, una crítica o una situación frustrante)
- B: Lo que piensas sobre eso
- C: Lo que sientes y haces
Marcos pensaba: «Si no lo hago perfecto, me juzgan» o «No debería soportar críticas». Y esas ideas, muchas veces inconscientes, eran las que lo hacían reaccionar con ira y culpa.
El momento en que casi se rinde
Hubo un día, en plena sesión, en que dijo:
— «No puedo cambiar, soy así. Tengo mal carácter. Siempre lo tuve».
Su terapeuta le respondió con calma:
— «¿Y si no eres así? ¿Y si simplemente aprendiste a reaccionar así… y puedes desaprenderlo?»
Fue como si una ventana se abriera. Por primera vez, Marcos consideró que su identidad no era igual a su reacción. Que no era su rabia. Que podía elegir.
Lo que Marcos aprendió (y tú también puedes)
A lo largo del proceso, Marcos aprendió a:
- Observar sus pensamientos antes de reaccionar
- Usar frases racionales como: «Preferiría que me entiendan, pero puedo tolerar que no lo hagan»
- Aceptarse sin condiciones, incluso cuando se equivocaba
- Identificar que su valía no dependía de tener la razón o controlar cada situación
Con ejercicios, tareas y mucho debate interno, logró reformular sus creencias. Dejó de pensar en términos de «tendría que, siempre, nunca», y empezó a usar frases más realistas como: «Me incomoda, pero lo puedo soportar».
La próxima vez que su pareja le pidió algo, respiró. Sintió la tensión en el cuerpo, notó el impulso de explotar… y dijo:
— «Dame un minuto. Necesito calmarme. Luego hablamos».
No fue perfecto, pero fue un cambio enorme.
Clímax: el día que eligió no gritar
Un mes después, en una comida familiar, su hermano hizo una broma pesada frente a todos. Marcos sintió el calor de la ira. Estaba a punto de responder… pero recordó una frase que había escrito en su cuaderno de terapia:
“No me gusta lo que dijo. Pero puedo elegir no reaccionar con violencia. No necesito probar nada”.
Respiró. Sonrió con incomodidad. Dijo simplemente:
— «No me gustó el chiste, pero sigamos comiendo».
La tensión se diluyó. Nadie gritó. Nadie se fue. Por primera vez en años, se sintió en paz.
Epílogo: lo que entendió Marcos
No se trataba de dejar de sentir. Las emociones seguirían ahí. Pero ahora sabía que podía detenerse, entenderlas y actuar con intención.
Comprendió que no era débil por pedir ayuda. Que identificar tus pensamientos y debatirlos no es de cobardes, sino de valientes.
Que sentirse frustrado no te da derecho a herir. Y que todos podemos cambiar si aceptamos que no somos nuestras emociones… sino lo que elegimos hacer con ellas.
Reflexión final
Entender tus reacciones antes de que te desborden es posible. No necesitas ser perfecto, solo necesitas curiosidad y compromiso contigo mismo. Como aprendió Marcos:
«No controlo lo que pasa. Pero sí puedo aprender a controlar cómo me relaciono con eso.»
Y tú, ¿qué podrías cambiar si empezaras a observar tus pensamientos antes de actuar?
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