1. Protagonista
Martín tiene 38 años y trabaja como coordinador logístico en una empresa de paquetería. No odia su trabajo, pero tampoco lo ama. Cada mañana, al sonar el despertador, siente ese vacío en el estómago que no tiene que ver con hambre, sino con la rutina. Lo que alguna vez fue una oportunidad laboral, ahora se siente como una cadena invisible. Lo que Martín quiere no es fama ni riquezas; quiere sentir que lo que hace tiene sentido.
2. Conflicto emocional: «¿Y si esto es todo?»
Un día, mientras organizaba los envíos de última hora, escuchó a una compañera decir entre risas: “Yo nací para otra cosa, pero bueno…”. Esa frase lo golpeó. ¿También él había nacido para “otra cosa”? Desde entonces, esa duda empezó a rondar su cabeza. Cada paquete que pasaba por sus manos parecía recordarle que no estaba donde quería estar.
Martín comenzó a sentirse desconectado. No era depresión profunda, pero sí una tristeza constante, una especie de “gris” emocional. Se decía a sí mismo: “Mi vida debería ser más emocionante”, “Ya es tarde para cambiar”, “Estoy desperdiciando mi tiempo”. Estas ideas se volvían tan habituales que ni siquiera las cuestionaba. Simplemente asumía que eran ciertas. Y con ellas, venía la frustración.
3. Desarrollo con transformación
Una noche, por casualidad, vio un video sobre terapia racional emotiva. Hablaban de las “exigencias irracionales”, de cómo muchas veces nos decimos que “deberíamos estar en otro lugar” o que “nuestra vida solo vale si hacemos algo grandioso”. Eso lo hizo frenar.
Decidió ir a terapia. En las primeras sesiones, su psicólogo le explicó el modelo ABC:
- A: “No tener un trabajo que me apasione”.
- B: “Esto significa que mi vida no tiene sentido. Necesito un propósito grande”.
- C: Ansiedad, frustración, sensación de vacío.
Martín se dio cuenta de que no era el trabajo en sí lo que lo destruía, sino lo que pensaba sobre él. Había convertido su deseo de propósito en una necesidad absoluta. Su terapeuta le ayudó a cambiar su diálogo interno: en lugar de decir “necesito tener un trabajo con propósito o todo es una pérdida de tiempo”, empezó a decir “me gustaría tener un trabajo más significativo, pero puedo encontrar sentido en otras cosas también”.
Este cambio no fue inmediato. Tuvo días de duda. Una semana se frustró tanto que pensó en renunciar sin plan. Pero recordó algo que su terapeuta le repitió: “Tú no eres tu trabajo. Puedes crear propósito, incluso si no viene en el contrato laboral”.
Entonces comenzó a hacer pequeños cambios:
- Se ofreció como voluntario en una ONG los sábados.
- Empezó a escribir un blog contando anécdotas cotidianas desde la perspectiva de un repartidor.
- Se dio cuenta de que era muy bueno ayudando a los nuevos empleados a adaptarse. Encontró satisfacción en acompañarlos.
4. Clímax y resolución
El momento clave fue un día que uno de los nuevos empleados, nervioso, le dijo: “Gracias por tomarte el tiempo de explicarme todo, me hiciste sentir menos tonto”. Martín sintió algo moverse por dentro. Ahí estaba. Propósito no era algo grandioso y lejano. Era eso. Estar para otros. Dar lo mejor en lo que uno hace. Ser útil. Ser humano.
No cambió de trabajo. Pero cambió de perspectiva.
Martín ya no se levanta cada día sintiendo que la rutina le roba el alma. Ahora se pregunta: “¿Cómo puedo aportar algo hoy, aunque sea pequeño?”. Y esa pregunta lo mueve.
5. Mensaje final claro
Martín entendió que el propósito no siempre viene con fuegos artificiales. A veces se encuentra en los momentos más simples: en acompañar a alguien, en aportar calma en medio del caos, en elegir cómo pensamos lo que nos pasa.
Aprendió que no necesitas cambiar de trabajo para cambiar de propósito; a veces, basta con cambiar de enfoque.



