¿Por qué sentimos que no somos lo suficientemente buenos en el trabajo?

3–5 minutos

La historia de David: el empleado invisible

David tenía 33 años, trabajaba como diseñador en una agencia de publicidad y, desde fuera, todo parecía en orden. Tenía un buen sueldo, un escritorio propio junto a la ventana, y su jefa lo felicitaba con frecuencia. Sin embargo, cada vez que mandaba una presentación, sentía un nudo en el estómago. Pensaba: “Seguro esto no está a la altura”, “Van a descubrir que no soy tan bueno como creen”.

David quería sentirse seguro. Pero cada cumplido le generaba más presión. Cada nuevo proyecto lo enfrentaba con el mismo pensamiento que lo acompañaba desde sus días en la universidad: “¿Y si esta vez no lo logro?”. Lo que más deseaba era dejar de sentirse un impostor… y empezar a creer que merecía estar donde estaba.


El conflicto emocional: Cuando las felicitaciones duelen

Todo empeoró el día en que su directora creativa lo nombró públicamente como el líder de un nuevo proyecto. Le aplaudieron. Le sonrieron. Y David sintió… pánico.

“¿Líder yo? ¿Están locos?”, pensó.

Esa noche no durmió. Le dolía el pecho. Imaginó a sus compañeros descubriendo sus errores, juzgando cada palabra de sus correos. Se preguntaba: “¿Por qué no puedo disfrutar mis logros? ¿Qué me pasa?”.

Lo que le pasaba a David tiene un nombre: creencias irracionales. En particular, una muy común en contextos laborales: “Debo ser perfecto para ser valioso”. Esta exigencia lo llevaba a sentir que cualquier error, por mínimo que fuera, invalidaba todo lo demás. Y lo peor: lo condenaba a una constante sensación de insuficiencia.


El punto de inflexión: Un consejo inesperado

Un día, mientras hablaba con Clara —una compañera que consideraba brillante—, David soltó sin querer: “Yo no soy tan bueno como tú”. Clara frunció el ceño y le respondió con naturalidad:

—¿Sabes que yo también pienso eso de ti?

David se quedó en silencio. Algo en esa frase lo sacudió.

Esa noche, comenzó a escribir lo que sentía. Y al hacerlo, recordó un podcast sobre emociones en el trabajo que hablaba de un modelo llamado “TREC” —Terapia Racional Emotiva Conductual—. Buscó más. Aprendió que muchas veces no sufrimos por lo que ocurre, sino por lo que pensamos que significa.

David aplicó el modelo ABC:

  • A: Ser nombrado líder del proyecto.
  • B: “Debo hacerlo perfecto o demostrarán que soy un fraude.”
  • C: Ansiedad, insomnio, bloqueo.

¿Era ese pensamiento realista? ¿Tenía que ser perfecto para ser valioso? ¿No podía equivocarse como cualquier otro ser humano?


El clímax: Romper con la autoexigencia

La semana siguiente, durante la primera reunión de su proyecto, David cometió un error: olvidó compartir un archivo clave. Al principio sintió que se le venía el mundo encima. Pero luego recordó algo que había leído: “Cometer errores no me hace incompetente. Me hace humano.”

Respiró. Pidió disculpas. Reenvió el archivo. La reunión siguió sin drama. Nadie lo juzgó.

Por primera vez, David no se dejó arrastrar por el catastrofismo. No pensó “esto es terrible” sino “fue un descuido, puedo corregirlo”. Y con ese pequeño cambio de pensamiento, cambió toda su experiencia emocional. Se sintió aliviado. Más presente. Y, por dentro, orgulloso de no haberse hundido.


El desenlace: La calma de sentirse suficiente

Con el tiempo, David empezó a debatir sus ideas irracionales cada vez que aparecían. Aprendió a detectar la voz del “debería” dentro de su mente, esa que decía “tienes que impresionar”, y a cambiarla por una voz más amable: “Hazlo bien, pero acepta que no necesitas ser perfecto”.

Empezó a valorar sus esfuerzos, no solo sus resultados. Celebró pequeños avances. Y, sobre todo, dejó de depender de la validación externa para sentirse valioso.

Ahora, cuando mira por la ventana de su oficina, ya no se pregunta si merece estar ahí. Se lo recuerda: “Estoy aprendiendo. Estoy creciendo. Y eso es suficiente”.


Mensaje final: No tienes que ser perfecto para ser valioso

David entendió algo esencial: su valía no dependía de hacerlo todo bien, sino de aceptarse incluso cuando no lo hacía. Aprendió que muchas veces el enemigo no es el trabajo, ni los demás, sino esa creencia oculta que nos susurra que no somos “suficientes”.

La Terapia Racional Emotiva enseña que puedes cambiar tu diálogo interno, debatir tus exigencias y transformar tu experiencia emocional. No para vivir sin errores, sino para vivir sin condenarte por ellos.

Porque sí: puedes equivocarte y aún así ser una persona valiosa.


¿Te sentiste identificado con David? Entonces quizá es momento de cuestionar tu propio “tengo que ser perfecto” y reemplazarlo por un “me gustaría hacerlo bien… pero puedo seguir adelante incluso si no lo logro”.


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