Cómo aprender a ser tu propio fan número uno

5–7 minutos

Palabras clave: autoestima, autovaloración, amor propio, crítica interior, terapia racional emotiva, crecimiento personal, aceptación incondicional, diálogo interno, bienestar emocional, creencias irracionales


Era lunes, pero no uno cualquiera

El despertador sonó a las 6:45. Lucía, como tantas otras veces, se quedó unos minutos más mirando el techo. Lo primero que pensó fue: “Otra vez tú. ¿Qué vas a arruinar hoy?”. No se refería a nadie más que a sí misma.

Tenía 32 años, una vida que desde fuera parecía estable —trabajo, pareja, amigos— pero por dentro se sentía como una impostora con carnet. Nada de lo que hacía le parecía suficiente. Si recibía un cumplido, lo minimizaba. Si lograba algo, pensaba que cualquiera podría haberlo hecho mejor.

Lo más triste no era que no tuviera apoyo. Lo tenía. Pero había olvidado cómo apoyarse a sí misma.


El origen de la grieta

La inseguridad de Lucía no apareció de un día para otro. Como muchas personas, creció pensando que valía solo si rendía, si agradaba, si no cometía errores. Aprendió a ser exigente, pero no compasiva. A verse como una lista de resultados, no como una persona.

Con el tiempo, esa voz crítica interna —alimentada por años de “deberías” y “tendrías que”— se volvió su narradora principal. A cada paso que daba, esa voz le recordaba lo que le faltaba, lo que no era, lo que no sería.

Aun cuando alguien le decía que era brillante, divertida o creativa, su mente encontraba razones para no creerlo. ¿Te suena?


El conflicto: cuando no te animas ni a ti

Una tarde de lluvia, mientras preparaba una presentación para su trabajo, Lucía cometió un error mínimo en un diseño. Una fuente mal alineada. En lugar de corregirlo y seguir, se detuvo. La crítica en su mente se volvió ensordecedora:

—“¡Siempre fallas en lo más simple!”
—“Con razón te cuesta crecer.”
—“Así nunca vas a destacar…”

Apagó la computadora y lloró. No por el error, sino por el agotamiento de vivir con una jueza dentro. Se preguntó: “¿Cómo sería mi vida si, en vez de criticarme, me alentara?”.

Esa pregunta fue el inicio del cambio.


El punto de inflexión

Lucía decidió buscar ayuda y comenzó una terapia basada en el enfoque de Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). En su primera sesión, la terapeuta le preguntó:

—“¿Te tratarías igual si fueras tu mejor amiga?”

Esa frase hizo eco.

Aprendió que muchas de sus emociones negativas provenían de exigencias internas irracionales: “Tengo que ser perfecta”, “Debo hacer todo bien”, “Si no agrado, no valgo”. Estas creencias —enseñadas o asumidas en la infancia— le estaban robando la paz.

A través de ejercicios de autodiálogo, empezó a cuestionar esas creencias. No desde el positivismo vacío, sino desde una perspectiva más racional, compasiva y realista.


El aprendizaje: cambiar el diálogo interno

Lucía comenzó a aplicar el modelo ABCDE de la TREC:

  • A (Acontecimiento): Cometió un error en un informe.
  • B (Creencia): “Si cometo errores, soy un fracaso”.
  • C (Consecuencia): Se sintió inútil, evitó nuevas tareas.
  • D (Disputa): “¿De verdad un error me define? ¿Dónde está escrito que debo ser perfecta?”
  • E (Nueva creencia): “Cometer errores es parte de aprender. Mi valor no depende de mi desempeño.”

Así fue reformulando su forma de hablarse. Empezó a escribir afirmaciones realistas como:

  • “No soy perfecta, pero soy valiosa.”
  • “Mi voz importa, incluso cuando tiembla.”
  • “Estoy aprendiendo, y eso me hace fuerte.”

Cada vez que su mente se disparaba con críticas, detenía el pensamiento, lo cuestionaba, y lo reemplazaba por una versión más amable y racional.


El momento clave: elegir a favor de sí misma

Un día, le ofrecieron liderar un proyecto. Por reflejo, pensó: “No estoy lista. Van a darse cuenta de que no sé tanto.” Pero esta vez se detuvo, respiró y se preguntó:

—“¿Qué le diría a una amiga en mi lugar?”

La respuesta fue clara: “Que lo intente, que confíe, que puede con esto”.

Por primera vez, decidió escucharse como una aliada. Aceptó el reto. No sin miedo, pero con la firme decisión de no seguir saboteándose.

Fue un éxito. Pero más allá del resultado, lo importante fue el acto de apoyo interno. Había comenzado a ser su propia porrista.


¿Y si tú también lo intentaras?

Si te sentiste reflejado en la historia de Lucía, no estás solo/a. Muchas personas crecen con una voz interna más parecida a un crítico despiadado que a un amigo compasivo.

Aprender a ser tu propio fan número uno no es narcisismo. Es reparar la relación que tienes contigo, cultivar una voz interna que te empuje con amor, no con miedo. Es recordar que no necesitas ser perfecto para merecerte tu propio aplauso.


Pequeños pasos para convertirte en tu fan

Aquí van algunas acciones concretas que tú también puedes tomar:

  1. Haz una lista de tus logros (por más pequeños que parezcan).
    Te sorprenderá ver cuántas cosas ya has superado.
  2. Detecta tus “deberías” y reemplázalos por “preferiría” o “me gustaría”.
    Así reduces la presión y abres espacio al crecimiento.
  3. Practica el “diálogo de mejor amigo”:
    ¿Le dirías eso a alguien que amas? Entonces, ¿por qué a ti sí?
  4. Imagina qué pasaría si actuaras con la misma energía que pones en criticarte, pero a favor tuyo.
    Ese cambio de enfoque puede transformar tu vida.
  5. Celebra tus avances.
    Aplaude tus pasos, incluso los que nadie ve.

El desenlace: vivir desde la aceptación

Hoy Lucía sigue teniendo días difíciles. A veces su crítico interior aparece, pero ya no dirige el show. Ahora ella tiene herramientas. Se habla con más respeto. Se escucha con más paciencia.

Y sobre todo, se anima. Porque entendió que ser su propia fan número uno no era una idea cursi, sino una necesidad emocional. Nadie está en su cabeza más que ella misma. Así que mejor que esa voz sea aliada.


Moraleja final

Aprendió que valorarse no es ego, sino salud. Que la autoestima no se encuentra en un libro de autoayuda, sino en cada momento en que eliges tratarte con dignidad, incluso cuando fallas.

Y que ser tu propio fan número uno no significa negar tus errores, sino no dejar que ellos definan tu valor.


Si te llevas algo de aquí…

Que ojalá esta historia te inspire a observar tu diálogo interno. Y que, la próxima vez que tu mente te diga que no eres suficiente, tengas el valor de responderle: “Tal vez no soy perfecto, pero merezco estar de mi lado”.


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