“Me hablaba como si cada error fuera el fin del mundo. Hasta que me cansé de vivir en tragedia permanente.”
- Personaje
- Conflicto emocional: La tormenta en un vaso de agua
- Desarrollo y transformación: El momento del clic
- Clímax y resolución: El día que no explotó
- Desenlace: Una vida menos intensa (y más libre)
- Mensaje final:
Personaje
Laura tiene 33 años, trabaja como diseñadora gráfica freelance y vive sola en un departamento pequeño en la ciudad. Amable, creativa y sensible, pero también extremadamente autocrítica. Cada pequeño error en el trabajo le parecía un “fracaso total”, y cada mensaje sin respuesta una señal de que alguien la odiaba. Lo que más deseaba era vivir con más calma. En sus propias palabras: “Solo quiero dejar de reaccionar como si todo fuera una película dramática donde siempre soy la protagonista sufrida.”
Conflicto emocional: La tormenta en un vaso de agua
Una mañana, Laura entregó un diseño a un cliente. Horas después, recibió un mensaje que decía: “¿Podemos revisarlo? No es lo que teníamos en mente”.
Su corazón se aceleró. Sintió calor en el pecho, las manos le sudaban. Su mente fue inmediata: “¡Qué desastre! Lo arruiné. Seguro piensan que soy una inútil.”
Canceló la clase de yoga, ignoró mensajes de sus amigos, y pasó el resto del día repasando mentalmente el correo. Pensó en dejar el proyecto. Lloró en silencio esa noche, repitiéndose: “No puedo con esto. Todo me afecta demasiado.”
Desarrollo y transformación: El momento del clic
Un par de días después, mientras veía un video sobre emociones en redes, escuchó algo que la detuvo en seco:
«No eres lo que sientes en un momento. Puedes sentirte un desastre sin serlo.»
Sintió un cosquilleo en el estómago. Le hizo clic.
Buscando más, encontró el modelo ABC de la TREC (Terapia Racional Emotiva Conductual). Le llamó la atención una idea: no son los hechos los que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos sobre ellos.
Recordó el correo del cliente y lo releyó. Esta vez, sin la carga emocional. Era solo una petición de revisión, no una condena.
Empezó a escribir sus pensamientos automáticos. Uno de los más frecuentes: “Tengo que hacerlo perfecto o todo se vendrá abajo”.
Aprendió a debatirlos. ¿De verdad todo se viene abajo? ¿Dónde está escrito que “fallar” una entrega significa ser una fracasada?
No fue inmediato, pero con práctica, logró decirse cosas como:
«Prefiero que salga bien, pero puedo manejarlo si hay cambios. No es el fin del mundo.»
Y algo aún más revolucionario: “No soy una inútil por equivocarme. Soy humana.”
Clímax y resolución: El día que no explotó
Dos meses después, otro cliente le pidió una modificación. Sintió un ligero nudo en el estómago, pero esta vez respiró hondo.
Escribió: “Claro, mándame lo que quieren ajustar y lo resolvemos.”
No dramatizó. No se aisló. No se culpó.
Esa noche salió a caminar y hasta se rió al pensar: “Antes me habría tirado al drama.”
Por primera vez en años, se sintió liviana. Como si se hubiese quitado un abrigo pesado.
Desenlace: Una vida menos intensa (y más libre)
Hoy Laura sigue siendo sensible, pero no vive atrapada en una película interna donde todo es un desastre.
Aprendió a detectar sus pensamientos irracionales, cuestionarlos y sustituirlos por creencias más realistas.
Ahora, cuando algo sale mal, se dice: “Esto es molesto, pero no terrible. Puedo manejarlo.”
Y cuando siente la tentación de dramatizar, se sonríe y se pregunta: “¿Esto es tan grave como mi mente dice o solo se siente intenso ahora mismo?”
Mensaje final:
Laura entendió que no todo merece ser una tragedia. Aprendió a tomarse las cosas menos en serio… y a ella misma con más compasión.
Porque a veces, el paso más valiente no es enfrentar un dragón, sino bajarle el volumen a la voz interna que dramatiza todo.
Y recordar que no necesitas ser perfecta para ser suficiente.
Psicólogo en línea 