- Cuando sentía que ya no valía nada
- El peso de un solo pensamiento
- Cuando tocar fondo parece no tener salida
- El día que decidió no creerse todo lo que pensaba
- Aprender a hablarse diferente
- El momento en que volvió a sentirse ella misma
- Reconstruirse es posible
- Moraleja final
Cuando sentía que ya no valía nada
A veces basta un momento. Una conversación. Una mirada. Un fracaso inesperado. Y de pronto, lo que habías construido durante años —tu confianza, tu valor, tu autoestima— se viene abajo como una torre de naipes. Eso fue exactamente lo que le pasó a Claudia, una mujer de 35 años que, hasta hace unos meses, sentía que había logrado cierta estabilidad emocional… hasta que dejó de hacerlo.
Claudia era diseñadora gráfica. Creativa, comprometida, perfeccionista. Había trabajado duro para obtener el puesto que tenía, pero también llevaba años conviviendo con una voz interna cruel: “no eres suficiente”. Aunque sus logros decían lo contrario, bastó un error —una campaña que no salió como esperaba— para que esa voz cobrara fuerza.
Cuando su jefe la criticó frente al equipo, algo dentro de ella se quebró. Esa noche no pudo dormir. Al día siguiente, le costó levantarse. A los pocos días, evitaba mirar a los ojos a sus compañeros. En dos semanas, ya dudaba de todo: de su talento, de su valor, incluso de si merecía estar donde estaba.
El peso de un solo pensamiento
Lo que Claudia no sabía es que lo que le estaba destruyendo no era el error. Era lo que pensaba sobre ese error. “Soy un fracaso”, “No sirvo para esto”, “Todos se dieron cuenta de lo inútil que soy”. Su mente, como diría Albert Ellis, había confundido el deseo de hacerlo bien con la exigencia de ser perfecta. Y esa exigencia, al no cumplirse, se transformó en castigo emocional.
Esta es la trampa de muchas caídas emocionales: no nos derriban los hechos, sino lo que creemos que esos hechos significan sobre nosotros.
Cuando tocar fondo parece no tener salida
Durante semanas, Claudia se sintió atrapada en un ciclo de pensamientos autodestructivos. Lloraba sola en su auto antes de entrar al trabajo. Evitaba llamadas de amigos por vergüenza. Pensaba en renunciar. Y en su cabeza, una idea se repetía: “Ya no tengo remedio”.
Fue entonces cuando, casi por accidente, escuchó un podcast sobre emociones donde alguien hablaba de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). No entendió mucho, pero una frase se le quedó grabada: “No eres lo que piensas cuando estás herido”.
Fue suficiente para encender una chispa.
El día que decidió no creerse todo lo que pensaba
A los pocos días, Claudia buscó ayuda. En la primera sesión, su terapeuta le explicó el modelo ABC de la TREC: lo que la hacía sentir mal (C) no era el error en sí (A), sino lo que se decía a sí misma sobre ese error (B). Juntas, empezaron a identificar esas creencias irracionales que la estaban hundiendo:
- “Debo hacerlo todo perfecto siempre”
- “Si fracaso una vez, es porque no sirvo”
- “Necesito la aprobación constante de los demás”
Durante una sesión, su terapeuta le preguntó: “¿Dónde está escrito que tienes que ser perfecta siempre para ser valiosa?” Claudia no supo qué responder. Y fue en ese silencio donde algo empezó a cambiar.
Aprender a hablarse diferente
La reconstrucción no fue rápida. Tuvo recaídas. Momentos en que volvió a sentir que no podía. Pero también hubo logros: la primera vez que defendió su trabajo sin temblar, la vez que se atrevió a decir “hoy necesito descansar”, la primera vez que se miró al espejo sin desprecio.
Con el tiempo, Claudia sustituyó sus pensamientos autodestructivos por otros más amables y racionales:
- “Prefiero hacerlo bien, pero puedo fallar y seguir siendo valiosa”
- “Un error no define quién soy”
- “Mi valor no depende de la aprobación externa”
No se trataba de pensar positivamente, sino de pensar realista y compasivamente.
El momento en que volvió a sentirse ella misma
El verdadero clímax llegó cuando su equipo lanzó una nueva campaña. Fue un éxito. Pero lo importante no fue eso. Fue que, esta vez, cuando su jefe elogió su trabajo, Claudia sonrió… y no sintió alivio. Sintió gratitud. Ya no necesitaba esa aprobación para saber que valía.
Porque su autoestima ya no colgaba de un hilo externo. Había nacido dentro, en cada pensamiento que eligió cuestionar. En cada acto de aceptación. En cada paso hacia el cambio, aunque fuera pequeño.
Reconstruirse es posible
Claudia aprendió que no necesitas esperar a sentirte segura para empezar a reconstruirte. A veces, lo que necesitas es empezar, aunque tengas miedo, aunque no confíes en ti… aún. Porque la confianza no aparece antes del cambio. Aparece durante.
Y sobre todo, entendió algo esencial: no eres tu peor momento.
Moraleja final
Reconstruir tu autoestima después de una caída emocional es posible cuando dejas de exigirte ser perfecto y comienzas a aceptarte como humano. Lo que te define no es lo que te derrumba, sino lo que eliges construir después.
Recuerda: No eres lo que sientes cuando estás triste. Eres quien decide levantarse, aunque duela.
¿Te sentiste identificado con Claudia? Entonces quizás ya diste el primer paso. Porque el camino de la reconstrucción emocional empieza con una pregunta simple: ¿Y si no todo lo que pienso sobre mí es cierto?
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