¿Qué hacer cuando no te sientes suficiente?

3–5 minutos

El día que Sofía pensó que no era suficiente (y descubrió algo que cambió su vida)

  1. El día que Sofía pensó que no era suficiente (y descubrió algo que cambió su vida)
  2. El peso invisible del “no soy suficiente”
  3. Cuando la exigencia se disfraza de perfección
  4. El momento en que Sofía se dio cuenta de que no necesitaba ser perfecta
  5. El clímax: Cuando se atrevió a decir “ya soy suficiente”
  6. ¿Y después?
  7. Mensaje final:

Sofía tenía 34 años, una carrera estable como arquitecta y un círculo de amigos que la admiraba. Y, sin embargo, todos los domingos por la noche, cuando se preparaba para la semana, sentía ese nudo en el pecho. “¿Estoy haciendo lo suficiente? ¿Y si descubren que no soy tan buena como parezco?”.

Nadie lo notaba. Sofía sonreía, ayudaba a todos, entregaba proyectos a tiempo. Pero en su mente, cada error mínimo era una prueba de que era una impostora. Cada cumplido le sonaba como un favor. Se decía cosas como: “No debería equivocarme”, “Ya debería estar más adelante en mi vida”, “No soy tan capaz como los demás”.

El peso invisible del “no soy suficiente”

Todo empezó una tarde cualquiera. Estaba revisando los planos de un nuevo cliente cuando cometió un error de cálculo. Nada grave. Pero fue como si algo se rompiera dentro de ella. Cerró el portátil y, sin entender por qué, rompió en llanto. “¿Por qué siempre me siento así?”, se preguntó. Como si siempre tuviera que demostrar algo, como si siempre estuviera a punto de fallar.

Esa noche no pudo dormir. Dio vueltas pensando en todas las veces que no fue la mejor, en los trabajos que no consiguió, en aquella crítica de su jefe meses atrás. Todo volvió de golpe. La sensación era conocida: no valía lo suficiente.

Cuando la exigencia se disfraza de perfección

Sofía decidió buscar ayuda. Fue entonces cuando conoció a Laura, una terapeuta que trabajaba con Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). En su primera sesión, Laura le dijo algo que le quedó grabado:
“No es lo que te pasa, sino lo que te dices sobre lo que te pasa lo que te hace sufrir.”

Ese fue el punto de inflexión.

Laura le mostró el modelo ABC de la TREC. Le explicó que lo que nos duele no es el error en sí (A: acontecimiento activador), sino la creencia irracional que arrastramos (B) y que dispara nuestras emociones dolorosas (C). En el caso de Sofía, su B era: “Tengo que hacerlo todo perfecto o soy un fracaso”.

Y claro, con esa creencia, cualquier pequeño fallo se volvía insoportable.

El momento en que Sofía se dio cuenta de que no necesitaba ser perfecta

En una de las sesiones, Laura le pidió que escribiera lo que se decía a sí misma cuando sentía que no era suficiente. Luego, la animó a debatir esas ideas como si fuera su mejor amiga. ¿Qué pruebas tenía de que no valía? ¿Qué diría si fuera otra persona la que se equivocara?

Fue entonces cuando Sofía comenzó a decirse algo nuevo:
“Me gustaría hacerlo perfecto, pero puedo fallar y seguir siendo valiosa.”
“Mi valor no depende de un resultado, sino de quién soy.”

Las emociones empezaron a cambiar. En lugar de ansiedad, empezó a sentir prudencia. En lugar de desesperanza, empezaba a aparecer la autocompasión. No fue inmediato. Pero fue real.

El clímax: Cuando se atrevió a decir “ya soy suficiente”

Un mes después, Sofía tuvo una presentación importante frente a directivos. Sintió cómo le sudaban las manos y cómo su mente empezaba a gritarle: “¡No la arruines!”. Pero esta vez se detuvo. Respiró hondo y repitió mentalmente una afirmación nueva:

“Hago lo mejor que puedo con lo que tengo. No tengo que demostrar nada. Ya soy suficiente.”

Esa fue la primera vez que no se bloqueó. No fue la mejor presentación de su vida. Pero fue la primera en la que no se juzgó al terminar. Salió de la sala con el corazón en paz. Había aprendido a cambiar la historia que se contaba.

¿Y después?

Hoy, Sofía sigue siendo arquitecta. Sigue equivocándose a veces. Pero ya no deja que eso la defina. Se recuerda, cada vez que la duda asoma: “No tengo que ser perfecta. Solo tengo que ser yo.”

No todos los días se siente brillante. Pero sí se siente suficiente.


Mensaje final:

Sofía entendió que la idea de no ser suficiente no es una verdad, sino una creencia. Y como toda creencia, puede cambiarse.
Aprendió que el valor personal no se mide en logros, sino en humanidad. Que aceptarse es mucho más poderoso que exigirse perfección.

Tú también puedes hacerlo. Cambiar tu historia empieza por cambiar cómo te hablas.



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