«A veces, lo que más nos duele no es lo que otros piensan de nosotros, sino lo que creemos que somos cuando nadie nos ve.»
El vacío detrás del logro
Camila tenía 33 años y una carrera que cualquiera podría envidiar: gerente en una empresa internacional, con estudios en el extranjero, un departamento propio y un Instagram lleno de viajes y brunchs. Pero había algo que no mostraba en sus publicaciones: ese momento al final del día cuando apagaba las luces, se quitaba los tacones y escuchaba un pensamiento en voz baja: “No soy suficiente”.
No importaba cuántos logros sumara. Siempre parecía haber alguien más exitoso, más atractivo, más “todo”. Cada vez que recibía un elogio, su mente le susurraba: “Si supieran quién soy de verdad…”.
El punto de quiebre
Una tarde, después de una junta tensa, su jefe le dijo que debía «ser más proactiva». Era una observación menor, pero a Camila le cayó como una bomba. Sintió un nudo en la garganta, ganas de llorar en el baño. No era solo la crítica, era todo lo que ella misma se decía al respecto:
“Nunca es suficiente. Siempre fallo. No importa cuánto me esfuerce.”
Esa noche, sola frente al espejo, se miró con rabia. «Estoy cansada de exigirme tanto», pensó. Pero no sabía cómo parar. Porque dejar de exigirse le parecía rendirse. ¿Cómo se deja de luchar contra una voz que vive dentro de ti?
El momento de apertura
Camila decidió buscar ayuda. En su primera sesión de terapia, apenas pudo pronunciar: «Siento que siempre tengo que demostrar algo… y aún así, nunca basta». La psicóloga le hizo una pregunta simple: “¿Quién te enseñó que tu valor depende de lo que haces?”
Y entonces, por primera vez, Camila no solo lloró: comprendió.
Comprendió que había vivido bajo una exigencia irracional: “Debo ser perfecta para valer”. Que su mente la había condenado mil veces por errores mínimos, la había empujado al tremendismo y a confundir valor con rendimiento.
El aprendizaje con TREC
En las siguientes sesiones, comenzó a trabajar con la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). Aprendió a identificar los pensamientos automáticos que la llevaban al autosabotaje. Como cuando pensaba:
“Si cometo un error, demostraré que soy un fraude.”
Debatió esas creencias con preguntas como: “¿Dónde está escrito que valgo menos si fallo?”, o “¿Realmente una persona vale menos por no ser perfecta?”
Poco a poco, empezó a reemplazarlas por nuevas creencias:
- “Mi valor no depende de mi desempeño.”
- “Puedo equivocarme y seguir siendo valiosa.”
- “No necesito la aprobación constante para ser suficiente.”
Fue difícil. Algunos días recaía. Pero cada vez que lo hacía, se recordaba algo que su terapeuta le dijo: “No se trata de no tropezar, sino de no pisotearte cuando lo haces.”
El clímax: Su propia voz
Un mes después, en una reunión tensa, un colega la cuestionó duramente. Camila sintió que el viejo pensamiento volvía: “No soy lo bastante buena”. Pero esta vez respiró hondo, se dio cinco segundos y respondió con firmeza. Al salir, su cuerpo temblaba… pero por primera vez, no con vergüenza, sino con orgullo.
Se dio cuenta de que había actuado desde su nueva creencia. No buscó aprobación, se dio permiso para ser ella misma. Esa noche no lloró frente al espejo. Se sonrió.
Epílogo: El resultado
Hoy, Camila sigue siendo exigente consigo misma, pero con amabilidad. Ya no usa la vara de la perfección para medirse. Se permite descansar. Se permite disfrutar sin tener que “ganárselo”. Y, sobre todo, ha aprendido algo vital:
Que sentirse suficiente no es cuestión de logros, sino de aceptación.
Mensaje final
Camila entendió que su valía no depende de ser perfecta, sino de ser humana. Aprendió que aceptar sus imperfecciones no es resignarse, sino comenzar a vivir en paz.
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