- Cuando la tecnología casi me arrastra al abismo
- La trampa de la hiperexigencia digital
- Cuando el perfeccionismo se disfraza de eficiencia
- El punto de inflexión: transformar creencias, no solo hábitos
- El clímax: cuando por fin dijo “no” y se sintió libre
- Hoy: una relación saludable con la tecnología (y consigo misma)
- Reflexión final
Cuando la tecnología casi me arrastra al abismo
Lucía tenía 34 años y una carrera estable como diseñadora freelance. Su mundo estaba, literalmente, en su laptop: clientes, pagos, proyectos, incluso su vida social. Desde fuera, muchos la envidiaban. «Trabaja desde casa», decían. «Debe tener todo bajo control». Pero Lucía sabía la verdad: su ansiedad crecía como una ventana emergente que no se podía cerrar.
Todo comenzó con una notificación.
Luego otra.
Y otra más.
Lo que parecía una herramienta para ser más eficiente se había convertido en una jaula invisible. Revisaba el correo antes de cepillarse los dientes, respondía mensajes en plena cena, y el “modo descanso” de su celular era ignorado religiosamente. Dormía mal, comía frente a la pantalla y se sentía culpable si no producía cada hora.
«Si no respondo al instante, perderé al cliente», se repetía.
Y con eso, sin saberlo, alimentaba la trampa.
La trampa de la hiperexigencia digital
Una noche, tras enviar un archivo a las 2:37 a. m., su cuerpo decidió decir basta. Sufrió un ataque de pánico. El corazón le galopaba sin motivo aparente. El médico fue claro: «No tienes nada físico. Pero estás agotada emocionalmente. Esto es estrés crónico».
Volvió a casa con una mezcla de miedo y frustración. “¿Cómo puedo estar agotada si ni siquiera salgo de casa?”, pensó.
Ahí comenzó su búsqueda, no de un nuevo método de productividad, sino de entender por qué se estaba saboteando.
Fue entonces cuando una frase le hizo clic: “No son los eventos los que te alteran, sino lo que piensas sobre ellos”. Era de Albert Ellis, fundador de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC).
Lucía no lo sabía, pero estaba a punto de replantearse por completo su relación con la tecnología… y consigo misma.
Cuando el perfeccionismo se disfraza de eficiencia
En su primera sesión de terapia, le pidieron que identificara lo que pensaba cuando veía una notificación sin responder.
“No puedo dejar esto para más tarde. Si no contesto ya, pensarán que no soy profesional”, dijo.
La terapeuta le ayudó a notar la exigencia escondida: “Tengo que ser siempre rápida y estar disponible”.
Ese «tengo que» era el verdadero problema.
Según la TREC, estas exigencias absolutistas —como “debo estar disponible 24/7” o “si no soy eficiente, soy un fracaso”— generan emociones insanas como ansiedad, culpa y agotamiento. Lucía tenía una exigencia de perfección y de aprobación constante… amplificada por la tecnología.
La solución no era “dejar el celular”, sino cambiar la filosofía con la que lo usaba.
El punto de inflexión: transformar creencias, no solo hábitos
Un día, tras una sesión difícil, la terapeuta le dijo: “¿Y si cambiaras ese ‘debo estar disponible’ por un ‘prefiero estar disponible, pero si no lo estoy, no pasa nada grave’?”
Al principio le pareció tonto.
Pero luego lo escribió.
Y luego lo dijo en voz alta.
Y luego lo creyó.
Esa fue su primera victoria.
Empezó a practicar algo que parecía básico pero era revolucionario para ella: la tolerancia a la frustración. Desactivó notificaciones no urgentes. Estableció un horario de trabajo digital. Y, lo más importante, dejó de medir su valor personal por su productividad.
No fue fácil. Hubo días en que volvió a caer en el impulso de revisar el correo a medianoche. Pero cada vez que lo hacía, se preguntaba: “¿Esto me ayuda o me está quemando?”
Y ahí empezó a elegir diferente.
El clímax: cuando por fin dijo “no” y se sintió libre
El momento decisivo fue cuando un cliente la presionó para responder un domingo. Su corazón se aceleró. Las viejas creencias saltaron: “Si no cedo, se va”. Pero en vez de contestar de inmediato, respiró, esperó y aplicó su nueva creencia:
“Puedo ser una excelente profesional sin estar disponible todo el tiempo. Y si alguien no lo entiende, ese no es mi cliente ideal.”
Por primera vez, no respondió.
Y el lunes, el cliente aún estaba allí.
Lucía no solo había protegido su tiempo. Había ganado algo más profundo: confianza en sí misma y en sus nuevos límites.
Hoy: una relación saludable con la tecnología (y consigo misma)
Ahora, Lucía sigue trabajando con tecnología, pero ya no es su dueña. Tiene horarios, espacios digitales de descanso y, sobre todo, una mentalidad nueva:
“Prefiero ser eficiente, pero no necesito ser perfecta. Valgo por quién soy, no por cuánto produzco”.
Sigue usando apps, correos y chats, pero ya no se siente esclava. Porque entendió que la clave no está en la herramienta, sino en cómo pensamos sobre ella.
Reflexión final
La tecnología puede ser un puente o una prisión. No depende del WiFi, sino de nuestra mente.
Lucía aprendió que no necesitas sentirte inspirado ni estar disponible todo el tiempo para ser productivo. A veces, la verdadera productividad comienza con una pausa. Con decir “no”. Con aceptar que no puedes con todo, y está bien.
Y tú, ¿qué te estás exigiendo innecesariamente en tu relación con la tecnología?
Moraleja
Aprendí que usar la tecnología con equilibrio comienza cuando dejo de exigirme ser perfecta y empiezo a aceptarme como humana.



