¿Por qué a veces pensamos en lo peor mientras estamos en la ducha?

3–5 minutos
  1. Una historia que podría ser la tuya
  2. El peso invisible de la mente
  3. Una revelación bajo el agua
  4. La transformación: del catastrofismo a la comprensión
  5. El clímax: cuando la calma dejó de ser una amenaza
  6. Moraleja: No todo pensamiento es una verdad

Una historia que podría ser la tuya

Marina tenía 35 años y una vida, desde afuera, bastante estable: un trabajo en el área de comunicación, una pareja con la que convivía desde hacía tres años, y un grupo de amigos con los que compartía cenas y risas de fin de semana. Pero había un momento del día que detestaba… y no sabía explicarlo del todo.

Cada noche, al entrar a la ducha, comenzaba una película mental que la arrastraba a los rincones más oscuros de su mente. Se imaginaba escenarios catastróficos: perder su empleo, enfermar gravemente, una ruptura devastadora, incluso accidentes sin sentido. Salía del baño más tensa que antes de entrar.

No entendía por qué, justo en ese lugar donde el agua caliente debería relajarla, su cerebro parecía transformarse en un generador de tragedias imaginarias.

El peso invisible de la mente

El conflicto de Marina es profundamente humano y universal. En realidad, todos lo vivimos alguna vez. ¿Por qué pensamos en lo peor justo cuando estamos tranquilos?

Ese fue el interrogante que la llevó, casi por accidente, a una sesión con una psicóloga que usaba la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). Allí descubrió que no era “rara” ni “demasiado negativa”. Solo estaba atrapada en un patrón común: su mente, al quedarse sin estímulos externos, aprovechaba para escarbar miedos profundos no resueltos.

La ducha, como otros espacios de desconexión (la cama, el auto, el ascensor), se volvía terreno fértil para lo que Ellis llamaba creencias irracionales. Ideas automáticas, exageradas y catastrofistas que brotan cuando no estamos distraídos.

Una revelación bajo el agua

En una de sus sesiones, la terapeuta le propuso algo que le cambió la perspectiva: “¿Qué pasaría si lo que piensas no fuera una señal de algo real, sino simplemente un hábito mental mal aprendido?”

Juntas identificaron su pensamiento más repetido: “Si todo está tranquilo, es porque algo malo está por pasar”. Esa creencia, claramente irracional, nacía de una exigencia aprendida desde niña: “tengo que estar siempre preparada para lo peor”.

En términos de la TREC, Marina vivía bajo la “exigencia de certeza absoluta”, una necesidad de controlar lo incontrolable para evitar el dolor. Pero eso solo la hacía vivir en un estado constante de alerta, incluso bajo el agua caliente de su ducha.

La transformación: del catastrofismo a la comprensión

En una de sus noches más duras, después de una discusión con su pareja, Marina volvió a la ducha. Pero esta vez, en lugar de seguir el espiral de pensamientos oscuros, probó algo nuevo: se detuvo y se preguntó si esos escenarios tenían pruebas reales. No. Ninguna. Solo miedos.

Entonces ensayó otra idea: “No me gusta sentirme insegura, pero puedo soportarlo. Esto es solo un pensamiento, no una predicción”.

Eso fue el comienzo de un cambio.

Durante las semanas siguientes, practicó lo aprendido: debatir internamente sus pensamientos con preguntas lógicas, usar lenguaje más flexible, identificar la emoción sana (preocupación) frente a la insana (ansiedad paralizante), y hacer ejercicios de respiración cada vez que notaba el inicio de una “película mental catastrófica”.

No fue magia. A veces recaía. Pero ya no se asustaba de sí misma. Había aprendido a distinguir entre su realidad y su mente entrenada a temer.

El clímax: cuando la calma dejó de ser una amenaza

Una noche, semanas después, salió de la ducha y se dio cuenta de que no había imaginado ninguna tragedia. Se había enfocado en cómo el agua le recorría la espalda, en el olor a lavanda del jabón. Estaba presente. Eso era todo.

Y sonrió.

No porque su mente hubiera dejado de funcionar como antes —de hecho, sabía que esos pensamientos podrían volver—, sino porque ahora tenía herramientas. Porque sabía que no tenía que creer todo lo que pensaba.

Moraleja: No todo pensamiento es una verdad

Lo que Marina aprendió es una de las enseñanzas más valiosas de la psicología racional emotiva:

“Solo porque lo pienses, no significa que sea verdad. Y solo porque te dé miedo, no significa que vaya a pasar”.

Pensar en lo peor mientras estamos en la ducha no es una maldición, sino un recordatorio de que hay partes de nosotros que aún necesitan atención, cariño y lógica. Y que podemos cambiar la forma en que respondemos, aunque los pensamientos no desaparezcan del todo.


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