A Diego le temblaban las manos cada vez que recibía un nuevo proyecto. Tenía 34 años, era ingeniero en una empresa tecnológica y, desde fuera, parecía tener una carrera prometedora. Pero por dentro, vivía atrapado por una sensación constante de no estar a la altura.
Cada vez que su jefe lo elogiaba, una voz interna susurraba: “Fue suerte”. Cuando cometía un error menor, se repetía: “Ya se darán cuenta de que no valgo”. Esa voz no se callaba. Lo empujaba a trabajar hasta la madrugada, a evitar nuevos retos y, sobre todo, a vivir con un miedo paralizante: fracasar.
Un miedo que muchos compartimos
El miedo al fracaso profesional no siempre se muestra con lágrimas o gritos. A veces se esconde detrás del perfeccionismo, de la procrastinación o del “mejor no intento eso”. Es una voz que susurra: “Si fallas, se van a dar cuenta de quién eres realmente”.
Este miedo, aunque parezca personal, es una experiencia compartida. Afecta a jóvenes en sus primeros empleos y a profesionales con años de experiencia. Puede aparecer tras un despido, una crítica, o incluso después de un ascenso.
La caída de Diego
Un lunes, después de semanas de tensión, Diego olvidó enviar un informe. No era grave, pero para él fue el detonante. Pasó la noche en vela, imaginando que lo iban a despedir. Al día siguiente, pidió una baja médica por ansiedad.
Se sentía roto. No entendía por qué una pequeña falla le había desmoronado tanto. En esa pausa, y con ayuda psicológica, empezó a cuestionarse algo que nunca había hecho: ¿por qué fracasar lo sentía como una amenaza a su valor personal?
El punto de inflexión
Durante la terapia, Diego conoció el modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva Conductual. Aprendió que no era el error lo que le causaba ansiedad (A), sino lo que pensaba sobre el error (B): “si fallo, soy un inútil”. Esa creencia irracional lo llevaba a sentirse ansioso, inseguro y paralizado (C).
En una sesión, su terapeuta le preguntó: “¿Dónde está escrito que no puedes cometer errores? ¿Y si en lugar de exigirte perfección, te permites aprender?”
Esa pregunta le golpeó como una ola. Era la primera vez que consideraba que podía fallar y seguir siendo valioso.
Reescribiendo su diálogo interno
Diego empezó a reemplazar sus exigencias absolutistas (“Debo hacerlo perfecto o soy un fracaso”) por pensamientos más realistas: “Preferiría que todo salga bien, pero si cometo un error, puedo aprender de ello”.
No fue un cambio inmediato. Hubo retrocesos, días difíciles y dudas. Pero con el tiempo, algo cambió. Diego volvió al trabajo. Esta vez no con una armadura de perfección, sino con una actitud más compasiva hacia sí mismo.
Cuando un colega le señaló una mejora posible en su presentación, sintió una punzada de vergüenza. Pero respiró hondo y respondió: “Gracias por decírmelo, lo revisaré”. No fue fácil, pero fue real. Y fue un triunfo.
El nuevo significado del fracaso
Diego ya no ve el fracaso como una sentencia, sino como un camino. Entendió que equivocarse no lo define, sino que lo enriquece. A veces sigue sintiendo miedo, pero ahora lo enfrenta con herramientas, no con huida.
Aprendió que su valía no depende de su productividad, que puede tener días malos sin ser un mal profesional, y que el respeto más importante no es el de su jefe, sino el suyo propio.
Reflexión final
El miedo al fracaso no es un defecto. Es una señal de cuánto te importa lo que haces. Pero no debe ser tu carcelero.
Recuerda: fallar no te convierte en un fracaso. Te convierte en humano. Y en ese camino, cada tropiezo puede ser una lección valiosa, si eliges verte con aceptación en vez de condena.
Como Diego, puedes aprender a decirte: “No necesito ser perfecto para ser valioso. Puedo equivocarme y aún así seguir avanzando”.
¿Te sentiste identificado?
Si este relato te resonó, considera hablar con un profesional de la salud mental. No estás solo. El cambio comienza cuando dejas de huir de tus miedos y empiezas a escucharlos con compasión.



