¿Por qué sentimos que no somos lo suficientemente buenos en el trabajo?

4–6 minutos
  1. La historia de Laura: Cuando el reconocimiento no basta
  2. El conflicto: «No soy suficiente»
  3. El punto de quiebre: una conversación que cambia todo
  4. Comprendiendo el origen del malestar
  5. El proceso de cambio: del autoataque a la autoaceptación
  6. Clímax: La presentación que cambió su percepción
  7. Desenlace: Una nueva manera de verse
  8. Reflexión final

La historia de Laura: Cuando el reconocimiento no basta

Laura tiene 34 años. Es diseñadora gráfica en una agencia de publicidad donde, a simple vista, todo parece irle bien: su jefe suele elogiar su creatividad, ha recibido aumentos de sueldo y algunos de sus proyectos han ganado premios.

Pero cada vez que se enfrenta a un nuevo reto, una voz interna se activa:
«No estoy segura de merecer esto. Esta vez sí se darán cuenta de que no soy tan buena.»

Siente un nudo en el estómago cada vez que entra a una reunión importante. Revisa sus entregas mil veces antes de enviarlas. A veces, incluso pospone tareas porque teme no hacerlas perfectas. Y aunque el resto la ve como una profesional exitosa, ella se siente como una impostora. Como si estuviera actuando un papel.

Laura no lo sabía aún, pero estaba atrapada en una trampa emocional muy común: la idea irracional de que debía ser perfecta y competente en todo momento para valer como profesional y persona.


El conflicto: «No soy suficiente»

Todo se intensificó cuando le asignaron liderar una campaña importante. En lugar de emocionarse, Laura sintió pánico.

Una noche, al llegar a casa, rompió en llanto. «¿Por qué me dieron este proyecto a mí? Seguro piensan que soy mejor de lo que realmente soy. Y cuando vean mis errores, van a dejar de confiar en mí.» Las manos le temblaban. El insomnio se volvió rutina.

Empezó a considerar renunciar, convencida de que había llegado más lejos de lo que merecía.
El miedo, la duda constante, el perfeccionismo… estaban minando su bienestar emocional.


El punto de quiebre: una conversación que cambia todo

Un viernes, tras una semana especialmente estresante, Laura se quedó conversando con Marta, una colega que admiraba profundamente. En un momento de vulnerabilidad, se atrevió a confesar:
—“Siento que no estoy a la altura. Todo el tiempo creo que estoy por fallar…”

Marta se quedó en silencio unos segundos. Luego sonrió, con una mezcla de sorpresa y ternura:
—“Laura… yo pienso lo mismo de mí. Pero eso no significa que sea verdad.”

Fue un momento revelador. Por primera vez, Laura sintió que no estaba sola.

Esa noche, navegando entre artículos y podcasts, encontró el concepto de Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC). Y algo hizo clic.


Comprendiendo el origen del malestar

La TREC, desarrollada por Albert Ellis, enseña que no son las situaciones las que nos hacen sufrir, sino nuestras creencias sobre esas situaciones.

En el caso de Laura, no era el trabajo en sí lo que generaba ansiedad, sino creencias como:

  • “Debo ser perfecta todo el tiempo.”
  • “Si cometo errores, eso demuestra que soy incompetente.”
  • “Si no me esfuerzo más que todos, no merezco mi lugar aquí.”

Estas exigencias —irracionales, absolutistas y cargadas de “deberías”— eran el verdadero problema. Cuando no se cumplían, aparecían emociones como ansiedad, inseguridad y hasta vergüenza.

Laura se estaba midiendo con reglas imposibles.


El proceso de cambio: del autoataque a la autoaceptación

En terapia, comenzó a trabajar con el modelo ABC de Ellis:

  • A: Le asignan un proyecto desafiante.
  • B: “Debo hacerlo perfecto o demostraré que soy un fraude.”
  • C: Se siente ansiosa, duda de sí misma, se paraliza.

El cambio comenzó cuando empezó a desafiar esos pensamientos:

“¿Dónde está escrito que debo ser perfecta?”
“¿Cometer errores me vuelve inútil? ¿O simplemente humana?”
“¿Puedo fallar a veces y seguir siendo una profesional valiosa?”

A través de debates internos, ejercicios de tolerancia a la frustración y nuevas afirmaciones racionales, Laura aprendió a reemplazar creencias como “Debo ser brillante siempre” por pensamientos más saludables:

  • “Prefiero hacerlo bien, pero puedo aceptar que no todo saldrá perfecto.”
  • “Un error no me define.”
  • “Mi valor no depende de mi productividad.”

Clímax: La presentación que cambió su percepción

Semanas después, Laura presentó su campaña frente a todo el equipo directivo. Fue honesta, segura, y por primera vez, no intentó sonar infalible. Cuando una de sus ideas fue cuestionada, no lo tomó como un ataque personal. Simplemente escuchó, explicó su punto y aceptó sugerencias sin venirse abajo.

Cuando terminó, no hubo ovación… pero sí una mirada de respeto de su jefe y un “muy bien trabajado” que, esta vez, pudo creer.

Esa noche no revisó su presentación una vez más. No lloró. No se desveló. Solo respiró con alivio.


Desenlace: Una nueva manera de verse

Hoy, Laura sigue siendo perfeccionista a veces. Pero ha aprendido a detectar cuándo su mente le exige más de lo razonable. Ya no se llama “fraude” por tener dudas. Y cuando aparece la inseguridad, respira, recuerda sus logros y se repite:

“No tengo que ser perfecta. Solo ser suficiente. Y ya lo soy.”


Reflexión final

Muchos sentimos que no somos “suficientemente buenos” en el trabajo. Pero esa sensación no siempre refleja la realidad, sino una creencia aprendida y exigente que podemos cuestionar.

La verdad es que ser valioso no depende de nunca equivocarse, sino de atreverse a seguir adelante, incluso con miedo.

Aceptar nuestras imperfecciones no nos hace mediocres, nos hace humanos. Y la verdadera competencia nace cuando dejamos de pelearnos con nuestra autoestima.


Mensaje final:
Aprendió que no tenía que ser perfecta para merecer su lugar. Solo tenía que permitirse ser ella misma, con todo lo que eso implica.


¿Te sentiste identificado con esta historia? Tal vez no seas tú quien falla, sino la vara con la que te estás midiendo.


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