Cómo enfocarte en lo que sí puedes cambiar (y soltar lo demás)

5–8 minutos
  1. El día en que Laura entendió que no podía controlarlo todo
    1. Cuando tocar fondo se convierte en un punto de partida
  2. El poder de distinguir entre lo que sí y lo que no puedes cambiar
  3. El punto de inflexión: aceptar lo que no se puede cambiar
  4. ¿Qué significa “soltar”?
  5. La transformación emocional: del control al autocuidado
  6. Reflexión final: lo que aprendió Laura (y lo que puedes aprender tú)
  7. Moraleja
  8. ¿Qué puedes hacer tú?

El día en que Laura entendió que no podía controlarlo todo

Laura tenía 33 años y una rutina aparentemente estable: un trabajo administrativo, una pareja con la que vivía desde hacía tres años, y un pequeño grupo de amigos con los que se reunía los viernes. Desde fuera, su vida parecía “normal”, pero por dentro, algo no cuadraba. Dormía mal. Pasaba horas pensando en lo que podría salir mal en su día. Revisaba sus mensajes cinco veces antes de enviarlos y, cuando alguien no le respondía, su mente comenzaba a fabricar escenarios catastróficos: “Seguro le molestó algo…”, “¿Y si ya no me quieren cerca?”

Laura no lo sabía aún, pero había caído en una trampa común: intentaba controlar lo incontrolable. Buscaba seguridad absoluta en relaciones, situaciones laborales, incluso en sus propios pensamientos. Pero esa búsqueda incesante solo le traía ansiedad, culpa, e impotencia.

Un día, algo rompió la rutina: su pareja terminó con ella. Sin avisos, sin peleas previas, solo un “no puedo más, necesito tiempo para mí”. Laura se quedó paralizada. Lloró durante días, pero más allá de la tristeza, sintió algo más profundo: una sensación insoportable de pérdida de control. Lo había dado todo, había sido “buena”, ¿por qué no funcionó?

Cuando tocar fondo se convierte en un punto de partida

Fue una amiga quien le sugirió ir a terapia. “Solo para hablar”, le dijo. Laura aceptó con escepticismo, pero sin muchas opciones. En la primera sesión, el psicólogo le propuso algo inesperado:

—Vamos a trabajar con una pregunta: ¿Qué depende de ti… y qué no?

Laura frunció el ceño. Le parecía demasiado simple. Pero esa pregunta se quedó resonando. A la semana siguiente, el terapeuta le explicó algo que cambiaría su forma de ver la vida: el modelo ABC de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) de Albert Ellis.

Le dijo que no son los hechos los que causan sufrimiento, sino las creencias con las que los interpretamos. El evento (A: su ruptura) no era lo que le generaba angustia. Lo que realmente la destruía eran sus pensamientos (B): “No debió pasar”, “Esto es horrible”, “Nunca encontraré a nadie más”. Y esos pensamientos creaban su emoción (C): ansiedad, tristeza intensa, bloqueo.

Laura comenzó a ver que su necesidad de controlar no era fuerza, sino miedo. Miedo a que las cosas no fueran como ella quería. Miedo a sufrir.


El poder de distinguir entre lo que sí y lo que no puedes cambiar

Durante las sesiones, Laura aprendió a hacer una lista. Su terapeuta la llamaba “la lista del control”. En una columna ponía lo que podía controlar (lo que dependía de ella): sus decisiones, cómo hablaba, cómo reaccionaba, qué pensamientos elegía alimentar. En otra columna, ponía lo que no: las emociones ajenas, el pasado, la opinión de otros, si alguien la amaba o no.

Al principio se rebelaba: “¿Pero cómo no me va a afectar que alguien me deje?”. Su terapeuta le sonreía y le respondía: “Te puede doler, pero el dolor no tiene por qué destruirte. El sufrimiento adicional viene de pensar que eso ‘no debería’ pasar”.

Fue ahí cuando Laura descubrió uno de los conceptos más transformadores de la TREC: las exigencias absolutistas. Ella se repetía sin saberlo frases como “debería estar en pareja”, “no debería fallar”, “necesito que me quieran”, “debo tener el control para estar bien”.

Cuando no se cumplían esas expectativas irracionales, aparecía el catastrofismo (“esto es horrible”), la baja tolerancia a la frustración (“no lo soporto”) y la condena (“soy un fracaso”).


El punto de inflexión: aceptar lo que no se puede cambiar

Hubo una sesión especial en la que todo hizo clic. Laura llegó llorando: habían despedido a una compañera muy querida del trabajo y sentía una angustia intensa. El terapeuta no minimizó su dolor, pero le preguntó:

—¿Crees que tienes el control de esa decisión?

—No, claro que no —respondió Laura.

—¿Entonces qué puedes hacer ahora que eso pasó?

Laura se quedó en silencio. Por primera vez no intentó resistirse. No justificó, no buscó culpables. Dijo simplemente: “Puedo aceptar que esto me duele, y elegir seguir adelante”.

Ese fue su verdadero momento de poder.


¿Qué significa “soltar”?

Soltar no es resignarse ni renunciar. Soltar, desde la TREC, es dejar de exigirle al mundo que sea como uno quiere. Es aceptar que la vida tiene partes que no puedes controlar, que hay cosas que duelen pero no son catastróficas, y que el valor personal no depende de los éxitos ni del amor de los demás.

Laura empezó a aplicar esto en su día a día. Cuando un amigo no le contestaba, en lugar de pensar “me ignora”, decía: “no tengo evidencia de eso”. Cuando se equivocaba en el trabajo, en lugar de decir “soy una inútil”, pensaba: “cometí un error, pero eso no me define”.

Y cuando recordaba a su ex, en vez de pensar “nunca debió dejarme”, se decía: “prefería que no pasara, pero pasó. Y lo puedo afrontar”.


La transformación emocional: del control al autocuidado

Con el tiempo, Laura dejó de pelearse con la vida. Su ansiedad no desapareció mágicamente, pero dejó de escalar. Aprendió a elegir sus batallas. A enfocarse en lo que sí podía cambiar: sus hábitos, su forma de pensar, su actitud ante los problemas.

Y fue entonces cuando, paradójicamente, empezó a sentirse más libre. Más fuerte. Más viva.

Uno de sus mantras favoritos se volvió este:
“No controlo todo lo que me pasa, pero sí cómo respondo a ello.”

Ese cambio no fue rápido ni lineal. Hubo días difíciles. Recaídas. Pero cada vez que sentía que volvía al viejo patrón del “debería”, se detenía, respiraba y volvía a preguntarse:
¿Esto depende de mí?

Si la respuesta era no, soltaba.


Reflexión final: lo que aprendió Laura (y lo que puedes aprender tú)

Al cerrar su proceso, Laura compartió una frase que había escrito en su diario:
“Mi paz interior comienza el día que dejo de exigir que las cosas sean diferentes a como son.”

Eso no significaba que dejara de luchar por sus metas. Significaba que había dejado de torturarse por lo que no podía controlar.

Aprendió a distinguir entre dolor y sufrimiento. A no exigirse perfección, a no vivir bajo el juicio constante de los demás, y a aceptar que el cambio, aunque difícil, es posible cuando uno asume la responsabilidad de su propio mundo interno.


Moraleja

Enfocarte en lo que sí puedes cambiar es un acto de autocuidado. Soltar lo que no puedes controlar, un acto de valentía. La verdadera libertad emocional no se basa en tener todo bajo control, sino en aceptar que no lo necesitas para estar en paz.


¿Qué puedes hacer tú?

  1. Haz tu propia “lista del control”.
  2. Pregúntate: ¿esto depende de mí?
  3. Debate tus exigencias irracionales. No te digas “tengo que” o “debería”, di “preferiría”, “me gustaría”.
  4. Practica la tolerancia a la frustración. No necesitas que todo salga como quieres para estar bien.
  5. Aprende a aceptar emociones incómodas sin juzgarte.


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